31 de jul. 2014

La venta desde las trincheras


Presentar a Lim ante el mundo. El primer paso consistió en vender a Lim sobre todos los demás. Fue un ejercicio sencillo, en contraste con fondos buitres, ofertas dudosas o que desprendían un fuerte olor a estafa no se requería un gran esfuerzo. La aceptación del asiático fue total ante una ristra de enemigos de tal calibre. Más cuando a pesar de la evidencia muchos sectores sociales, políticos y mediáticos siguieron haciéndole el juego a propuestas que jamás demostraron solvencia alguna. En todo ese juego se olvidó a Wanda, el recipiente de uno de los empresarios más poderosos e influyentes del planeta. Era Lim o la caspa, Lim o el apocalipsis. Pero nunca fue Lim contra una de las 50 mayores fortunas del mundo, porque ante tal rival no había singapurense que vender. Para desactivar al empresario chino se aceptó que sólo tenía interés en el parque inmobiliario del club cuando en su oferta detalla un modelo sostenible inspirado en el Arsenal y en la creación de un proyecto de cantera. Aunque no trajera jugadores con nombres y apellidos aportaba una cantidad indeterminada a disposición de los técnicos: 'la requerida para devolver al equipo a la máxima competición europea'. Tenido que enfrentarse a Bankia en caso de ser votada como ganadora, ofrecía quitas, como todos los concurrentes, de entrada presentaba una propuesta financiera, como mínimo, igual de ventajosa que la inicial de Lim. Además de un modelo de negocio basado en el nuevo estadio y en un programa de patrocinios como pilares fundamentales. Entre unos, a favor de allá donde se escondiera el viejo régimen y otros, la atadura de Salvo a Lim, Wanda se quedó sin altavoz.

Lim siempre es sospechoso. Desde su irrupción en diciembre Peter Lim siempre ha sido el sospechoso número uno. Ante un fondo buitre siempre el buitre era mejor que Lim. Ante unos rusos insolventes y sin demostrar poseer ningún fondo de los que aseguraban tener, los rusos siempre eran mejor que Lim. Ante la caspa, la caspa era mejor que Lim. Ante una oferta árabe sin árabe (“Se podría incorporar más adelante si se dieran ciertas circunstancias”, declaró uno de los representantes en el medio desde el que le hicieron la campaña) la oferta sin árabe era mejor que Lim. La oferta del singapurense siempre fue denostada hasta recientes fechas, cuando la propuesta ganadora en mayo se convirtió, por sorpresa, en la mejor una vez Bankia la dinamitó no aceptando – en su derecho como deudor – las quitas, la financiación, y los términos propuestos en un principio.

Mangarrufos siempre. La mayor de las contradicciones es la evolución del discurso pre y post proceso de venta. En tiempos se hablaba de que aquellos que venían prometiendo inversiones directas de 500 millones eran 'mangarrufos' a los que no había que prestarles atención. Que la gente seria miraba hasta el último céntimo, apretando hasta el máximo en las negociaciones, y que eran a esos tipos a los que había que tener en consideración por no venir regalando el dinero alegremente. Todo eso se sostuvo hasta que apareció Peter, al que no se le tolera que imponga, como él también ha aceptado imposiciones, condiciones. Ni siquiera que la modificación de su oferta haya sido impuesta por Bankia le ha privado de ser el sempiterno malo de la película para empezar a dar pábulo a cualquier tahúr que venía con inversiones de 600 millones aunque jamás demostraran poseerlos.

Bankia siempre es bueno. Desde un principio ha quedado claro el poder de influencia de Bankia en los grandes medios locales. Las informaciones siempre han sido enfocadas desde una única fuente, emanada desde la entidad bancaria que ha usado su función de financiador y su poderosa red de contactos para imponer su discurso y marcar las líneas rojas en todo este entuerto. Aunque haya sido a costa de saltarse uno de los principios básicos, el de contrastar con dos o más fuentes, distintas entre si, una información antes de publicarla. Que el banco no haya aceptado ninguna solución propuesta por el VCF ni que haya tolerado ninguna oferta de compra que no fuera la de su fondo buitre no le ha valido la más mínima crítica. Ni que nos haya hecho perder el tiempo durante meses en un concurso en el que sólo dos ofertas – Wanda y Lim, las de Salvo – han demostrado solvencia y credenciales suficientes. A la inversa ha ocurrido igual, con el presidente al frente, aunque el tiempo y los hechos ha dejado mejor parados a aquellos que solo han bebido directamente de las fuentes de éste. Esperemos que al menos, el ridículo de muchos medios en dicho proceso, sirva para mejorar en el futuro.

Las leyes del capitalismo ya no sirven. Es uno de los puntos más locos de toda esta historia. Con la llegada de Lim, las ofertas y el proceso de venta han pasado a no servirnos las leyes del capitalismo. Se han exigido pagos al contado de sumas millonarias, algo que ni siquiera funciona entre la clase media, ni tan solo a la hora de comprarse un simple televisor. Las cantidades a pagar en tres años han pasado a cuantificarse solo por el capital del primer año, desapareciendo por arte de magia el resto. La reestructuración de la deuda financiera de una empresa en venta, a la orden del día en el mercado, ha pasado a convertirse en un hecho inaceptable. De repente propiedades inmobiliarias y acciones de multinacionales no sirven como aval ni garantía. Instalándose el falso mantra del “que se lo vendan, pero no a cualquier precio” obviando que hacerlo por menos de la deuda de la Fundación es ilegal, y en primera instancia, el banco no aceptaría tales condiciones.

Los jugadores de Lim sí, los jugadores de Lim no. Durante semanas se exigía que al menos el asiático mostrara 'su voluntad' de comprar el VCF trayendo a aquellos jugadores que poseía en propiedad. La ausencia de los mismos fue utilizada durante mucho tiempo como señal especulativa de que Lim no iba a comprar, era el síntoma inequívoco de que la operación estaba en vías de romperse. Una vez han empezado a llegar, sin embargo, el hecho no ha sido vendido como una 'señal inequívoca de su voluntad de comprar' sino que simplemente, eso, 'no significa nada'.

El VCF ya no es una ruina. Durante años se ha justificado cualquier acción con la situación ruinosa del club. Se ha despreciado el nuevo estadio incluso con editoriales exigiendo que 'lo pague Rita', se ha apostado incluso por compartirlo o directamente venderlo. Se han justificado operaciones ruinosas como Newcoval por ser 'una solución, no la mejor, pero una solución' aun dejando a la entidad con 200 millones de deuda y sin patrimonio en propiedad. Han corrido ríos de tinta sobre los impagos de la Fundación y el negro futuro del club, abocado al concurso de acreedores o a algo peor. Pero de repente no vender la entidad a Lim se convertía en un 'no pasa nada, por no vender el VCF no se acaba el mundo'.

Siempre negativo, nunca positivo. La negativa de Bankia a aceptar la primera oferta de Lim y el amoldarse éste a las exigencias del banco aún siéndole menos favorables nunca ha sido visto como un gesto positivo, cuando ante el NO se podía haber retirado queriendo imponer sus condiciones. Tampoco se ha visto como un gesto la legión de auditores, abogados, hoteles, dietas y desplazamientos que ha sufragado trayendo a todo su equipo. Ni que lejos de huir ante el aluvión de requerimientos notariales y problemas haya seguido enviando a letrados para solucionarlos. Ni tampoco que haya empezado a traer jugadores sin necesidad. Por parte de Lim nunca se ven gestos existiendo hechos. Sin embargo cualquier humareda salida de los bajos fondos ha sido alzada a categoría para vender alternativas falsas y generar un relato ficticio con el que seguir alzando dudas infundadas. Como cualquier cosa servía de munición hasta supuestos mensajes de móvil de Mendes han sido utilizados como fuente de distorsión.

Presión a los patronos pero sólo si les presiono yo. Gastar semanas enteras en publicitar sus CV, contar sus acciones dudando de su valencianismo, relatar si tenían el pase o no, llamarles sénecas en burla a su escaso intelecto, no es, sorprendentemente, una forma de presión aceptada. Esconder que muchos ni siquiera acudían cuando se les llamaba, o que casi ninguno se pasaba cada vez que les ponían la documentación a disposición, para vender que les escondían información tampoco. Y lo que no sabremos. El término presionar solo ha sido válido cuando ha venido de la parte contraria.

El imaginado enemigo oculto. Tristemente en todo esto se ha impuesto el “quiero que me mientas” gracias a vender enemigos imaginarios o al exagerar el tamaño de los mismos. Al puro estilo 1984, a cada problema o laguna surgida se llamaba 'a la war' a las masas sin dejar que éstas se hicieran la más elemental de las preguntas, ni cuestionaran lo más obvio. Ha existido una aceptación absurda de la manipulación y la media verdad en función de las simpatías silenciando con el ataque sistemático toda pregunta o duda pertinente que se saliera del discurso único. El aficionado también se lo tiene que hacer mirar. El proceso de venta puede que haya traído mucho de bueno, a largo plazo, al entorno. Al menos, las caretas han caído, muchos se han dado cuenta de lo prisionero que puede llegar a ser un periodista o lo engañado que puede estar un aficionado gracias a la selva de intereses y filias que rodean al club. Todo en uso y disfrute para crear realidades alternativas o desviar la atención a aspectos livianos convirtiéndolos en capitales. Nos entretuvimos en lo más absurdo sin que nadie se preocupara por lo más elemental.

Y faltarán un sinfín de cosas más, embriagándonos esa sensación de que se nos olvidan. Pero eh aquí las suficientes, al menos, para poner en perspectiva una guerra sucia y absurda en la que nunca importó la verdad. Esto no pretende ser nada objetivo, ni un texto bíblico, simplemente una breve crónica desde las trincheras con algunas lagunas, ya que el hastío, las ha dejado escapar mientras escribíamos. Si vuelven le daremos a actualizar.

25 de jul. 2014

Mil formas de acabar con Palestina


Tras las gradas del Faissal Al-Husseini se perfilan grúas y una fachada mellada por la ausencia de cristal en sus cuencas, es la nueva sede de la Federación Palestina de Fútbol levantada con dinero de la FIFA, en su interior, recluido, se ve a un menudo y preocupado dirigente observar desde su ventanal el estadio que se estira a los pies de sus límites. El recinto es el otrora orgullo de los palestinos, una pequeña caja de esperanza que en su día construyó sueños con los que poder olvidar la sangre. Hoy, apenas da cobijo a un par de muchachos que intentan simular una estructura de cantera; demasiado hace que a ojos de Israel el fútbol pasó a convertirse en «objetivo militar». Jibril Rajub, el presidente de todo ello, explica desde la desesperación las sinrazones por las que el ejercito hebreo no permite levantar torres de iluminación en el Faissal, «motivos de seguridad, al parecer levantar torres de iluminación atenta contra la seguridad de Israel», en invierno, de noche, ya no corre la pelota por un estadio decorado en sus muros con las huellas del conflicto.

Fueron de sus entrañas de las que salieron el pasado mes de enero Jawar Nasser (19) y Abd Al-Raouf (17) con sus bolsas de entrenamiento arrastras, dibujando sobre el polvo de las calles goles soñados, escritos en letras de oro sobre los libros sagrados del balompié, hasta toparse con un punto de control israelí que pondría fin a todo el juego; Jawar recibió diecisiete impactos de bala en sus piernas; Abd, otros tantos además de varios más en sus brazos, una vez derribados, fueron atacados por los perros guardia y arrastrados por el suelo varios metros hasta subirlos a un convoy que les transportara al hospital de Hebrón. En apenas un instante, se truncaron esperanzas levantadas por la ilusión de un balón y la eternidad de una vida por llegar. Israel alega que escondían bombas; en sus bolsas, sin embargo, solo se encontraron botas de fútbol y camisetas sudadas. Entre vendas ensangrentadas y goteros recibieron la noticia de que no podrán volver a jugar fruto de las secuelas de un ataque del que no recibieron a modo de advertencia ni un triste 'alto.

El fútbol, prosaico en occidente, se levanta como una vía de escape en zonas en conflicto, una herramienta con la que huir del cruel entorno que les rodea subiéndose a un paréntesis momentáneo. Aunque en ocasiones, como ocurre en Cisjordania, Gaza o Iraq, éste se convierte en una pesadilla más que añadir a la colección. Ahmed – conocido como el niño Özil al portar una camiseta del citado jugador – murió tiroteado por un soldado judío mientras jugaba a la pelota a las puertas de su casa. Lejos de lo que pudiera parecer, este tipo de ataques no son hechos aislados en Palestina; los cuatro chavales masacrados recientemente por un misil en la playa de Gaza es un caso más de una interminable lista. ¿Pero por qué el fútbol está castigado con la vida en Palestina? En The Nation, Dave Zirin apunta a motivos de «visibilidad», «el deporte puede ser una importante arma nacionalista con  la que unir a la gente en favor de la causa, además de un potente foco mediático que Palestina puede utilizar para internacionalizar el conflicto y ganar simpatías en detrimento de Israel. Los palestinos quedan como simples terroristas a ojos de un occidente plegado a los intereses de Tel-Aviv, ignorantes como son de la violencia cotidiana que no muestran los mass media».

Jibril Rajub es el primer federativo que no se ha quedado de brazos cruzados ante el habitual ataque al deporte nacional; la sede que ahora se levanta tras las gradas del Faissal ve la luz gracias a que las anteriores fueron derruidas a golpe de mortero en cada incursión sionista en Cisjordania. La federación palestina, miembro de pleno derecho de la FIFA, está recabando apoyos para pedir la expulsión de Israel de dicho organismo alegando que éstos atentan contra todos los principios de igualdad, respeto, tolerancia y fair play que pregona el ente internacional. Y razones de sobra han reunido para ello. Viajar al fútbol palestino es viajar a una historia de terror, de boicots y aislamiento tallada en bilis por los sucesos que en los últimos cinco años han castigado a los integrantes del combinado nacional; muchos han desaparecido sin explicación, otros han sido tiroteados en un puesto de control o simplemente no se les permite salir de su barrio. Mahmoud Sarsak, el delantero estrella de Palestina, fue encarcelado cuando se dirigía a disputar un partido internacional con su selección. Tras tres años de reclusión sin acusación alguna, sin motivos, ni juicio, fue puesto en libertad al emprender una huelga de hambre con la que reclamó su inocencia. Solo cabe imaginar el escándalo que se desataría si las estrellas de la selección alemana fueran secuestradas o asesinadas por Francia de forma sistemática para calibrar la fuerza con la que golpea el silencio a un conflicto tan desigual.

Son estas prácticas 'disuasorias' las que les empujan a disputar sus encuentros internacionales de forma clandestina en el Líbano, privada como está Palestina de poder viajar fuera de sus confines por la costumbrista negación israelí de conceder los permisos pertinentes, un hecho, que les imposibilita a la hora de competir en torneos oficiales. El caso más sangrante ocurrió en 2010 cuando encarrilada la primera de una serie de cuatro eliminatorias que le hubieran llevado al mundial, Palestina, tuvo que renunciar a disputar el partido de vuelta ante Singapur. Unas limitaciones que se conocen muy bien en la liga domestica, incapaz desde 1998 de completar una sola jornada debido a que los equipos desplazados son recluidos en prisión durante 48 horas cada vez que pasan por un punto de control israelí; aunque el grado de crueldad aumenta a cada ataque antiterrorista. durante el cual los estadios de fútbol y las infraestructuras deportivas son de los primeros objetivos en sufrir el rigor de las bombas.

Un hecho, al menos, que no pasa desapercibido para la FIFA, gustosa en invertir a fondo perdido cientos de millones en la reconstrucción de estadios e instalaciones que apenas duran en pie un par de temporadas. Pero el verdadero detalle de la crudeza del boicot se esconde en el aeropuerto de Tel-Aviv, el punto de entrada del material que la FIFA envía a Palestina. Enormes cajas de balones, conos, ropa de entrenamiento, pizarras, libros y soportes informáticos quedan inmovilizadas hasta que alguna autoridad Palestina se presenta a pagar una extraño impuesto que Israel obliga a sufragar como vía para poder movilizar el material. Cuando la cuantía, que varía al albur del capricho, se hace impagable los funcionarios hebreos revenden el material en el mercado negro, el extraño camino desde el cual suele llegar parte de las valijas a la Federación Palestina, obligada a desembolsar por algo que le es regalado por el fondo para el desarrollo de la federación internacional de fútbol.

Unas agresiones que el comité palestino ha recopilado en un documento oficial titulado “El deporte en estado de sitio” desde el cual pretende denunciar los abusos a los que está sometida Palestina en el ámbito del balón, abusos que hace imposible que el combinado nacional siquiera progrese en el ranking FIFA y pueda mejorar sus fondos propios. Jibril Rajub, desde su edificio mellado, ya ha conseguido el apoyo de los socios árabes con asiento en Suiza para plantear la expulsión de Israel. Sabedor del silencio con el que será acogida su propuesta se muestra satisfecho porque, al menos, ha conseguido hacer visibles las atrocidades con las que están obligados a convivir sus deportistas.  Hay mil formas de acabar con Palestina, y una de ellas es a través del fútbol, la vía pacifica por la cual muchos quieren reclamar su identidad nacional aunque el precio por pegarle al balón sea recibir un tiro sin previo aviso.

23 de jul. 2014

Alcàcer ¿de qué planeta viniste?


Apenas había sacado la cabeza y ya le estaban empujando para que se fuera en busca de minutos. A los 16 años aterrizó sin avisar en una locura veraniega llamada pretemporada y sufrió las ordenes de un no menos loco Unai Emery que le quiso ofrecer como premio una invitación al Vila-real B 'para adquirir experiencia' y 'minutos', decía, ante las puertas de un primer equipo tapiadas a conciencia. Pero a él eso siempre le dio un poco igual. El pasado mercado de enero pudo haberse ido a mil lugares a la caza de una carrera o de peculiares aventuras; como la de Getafe, donde apenas lo utilizaban para poner las porterías y calentar en la banda cada vez que había que acicatear al titular de marras. Una estadía que hizo que se le quitaran las ganas de buscar fuera lo que podía tener en casa si se daban unas cuantas circunstancias. Porque la irrupción del xiquet de Torrent no es una de esas irrupciones naturales, más bien, se le encontró por necesidad ante el aluvión de vacantes que fueron dejando delanteros que no demostraron demasiado a pesar de tener regaladas las alineaciones.

Y eso debe ocurrir porque Paco Alcàcer es tan normal que asusta, tan normal que le ves y es defendible que se prefiera a un Pabón rellenito, pero con trazas de futbolista sinvergüenza, que a él, que parece sacado de un ideal utópico, de esos que los pesimistas se encargan de destrozar con su pragmatismo de cartabón. Tal vez por eso envió a paseo la invitación a la segunda división y se quedó en el filial subiendo de tanto en cuando a completar el primer equipo y demostrar con esfuerzo que valía para algo más, escalando en 24 meses a la titularidad, midiéndose a los groguets en un Mestalla patidifuso ante el visionado de un Javi Fuego metiendo dos goles sin pensar en el qué dirán. Si es que es tan normal que te lo dice él con una naturalidad aplastante: «Soy el mismo fuera del campo que cuando no iba convocado, una persona muy normal, no entiendo por qué tengo que cambiar» le soltó a Pau Fuster el pasado mes de marzo en el Levante-EMV; y ancho se quedó.

Tampoco se trata de ocultarlo, hubo tiempos donde le veías correr y era imposible evitar el temor de que dejara en nada a Líbero Parri. La evolución de Paco – se llama Paco y juega al fútbol – llegó desde la paciencia, nunca desesperó, nunca salió reclamando minutos, porque él, tan campechano como es, es de los que piensan que si no te ponen es porque hay alguien mejor que tú en ese momento. E hizo lo que se hace en estos casos, esperar turno y demostrar en cuanto le dejaron dos partidos completos que siempre estuvo ahí, y que valía para ello, metiéndonos a cientos – García Plaza incluido – un bonito zas en toda la boca. Un zas de los que dan gusto. Sin olvidarnos que tiene 20 años y dos ratos en esto del balón, que todavía le faltan cosas, pero precisamente es eso, los dos ratos que lleva, lo que le hacen un manjar tan apetecible. Demasiado joven y demasiado cabal como para pensar en que todo irá mal. «Si quieres algo debes pelearlo hasta conseguirlo. No soy una persona que se rinda fácil, aunque eso no significa que no hayan momentos difíciles, pero siempre hay que pensar en revertir la situación con trabajo no con palabras». Lo suyo no es una templanza impostada, escuchar a Paco Alcàcer es escuchar a una persona que sabe lo que dice en un mundo donde abundan discursos en bucle resonando en mentes vacías. Quizá ese trellat lo ganó en las gradas, tragando humo de puro, navegando entre cascaras de pipas y comentarios costumbristas de cuando de pequeño acudía a Mestalla a sentarse en el regazo de su padre y soñar en vestir él algún día esta camiseta.

Porque crecer en las entrañas de Mestalla da para saber de qué va la cosa siendo ese el mejor de todos los aprendizajes posibles. «Que te elogien no significa que ya lo tienes todo hecho» dice; y es cierto, no lo tiene todo hecho. En una ráfaga de entusiasmo se ganó durante el pasado curso a unas masas famélicas, con mucho aventajado con eso de 'ser canterano', aprovechándose de una coyuntura empobrecida que le hizo brillar por encima del resto. En contraste, este año nuevo enfrenta la confirmación, un escenario en el que ya no le valdrá nada de lo que le valió en el pasado y sobre el cual, durante estos calores, parece que el mundo se ha olvidado de él obcecado como anda reclamando delanteros y morlacos como si no existiera un mañana. Es el principal de todos los riesgos que deberá sortear, el de una competencia que contará con el capricho que otorga el glamour, pintando con ello de hercúlea una temporada, en lo personal, capital para consagrar aquello que conquistó en el pasado. ¿Pero eso le turba? No, porque Alcàcer es consciente de lo que es y de los colores que porta, por eso siempre se queda tras los entrenamientos, para mejorar sus defectos y pulir sus virtudes, sabedor de que sólo trabajando más que el resto se llega a ser mejor que los demás. «Al fin y al cabo el VCF es un club grande que necesita jugadores grandes. Si viene otro delantero no tendría que preocuparme. Tendré que estar al doscientos por cien para que el míster vea que puedo jugar» despachó el otro día en Diario de Mestalla.

El caos ha querido que le desgarren a su amigo Bernat dejándonos sin la oportunidad de ver un VCF comandado per xiquets del poble, pero poco importa eso ya. De momento Alcàcer se ha hecho un tatuaje – i monyo de modernet – para ver si le confunden de una vez con un futbolista, esperando como espera que le traigan a un 9 para seguir aprendiendo de la competencia y escrudiñar con ello sus propios límites. El único miedo que produce Paquito es que se estropee por el camino a base de paellas y shows nocturnos. Por eso lanzamos aquí una amenaza preventiva. Dejen que siga disfrutando de sus amigos de toda la vida y de su perro, alejado de los focos, ya que un tipo que no se desprende de sus cabales en cuanto toca papel de diario es un tipo que merece ser protegido de las aves de rapiña que pueblan este mundillo. Cuídennos a este hombre llamado Paco, porque estamos más necesitados que nunca de futbolistas que atesoren dos dedos de frente.

18 de jul. 2014

¡ Viva Honduras Che !


Sobre la bandera de las cinco estrellas ondea la naranja del murciélago y las barras, ambas presiden el terreno de juego donde un grupo de nativos locales se reúnen a pegarle cuatro patadas a un balón. Serán las últimas de muchas que dieron en el pasado, las últimas tras once años de edificar sobre su pasto triunfos en miniatura. El legítimo dueño del campo lo reclamó para aumentar sus beneficios agrícolas ensanchando su plantación de aceite de palma y contentar así al gran señor feudal, empujando a sus inquilinos al exilio, a deambular por la punta norte de Honduras hasta conseguir nueva casa en la que caer triunfantes e infligir nuevas derrotas al enemigo. Así, en estos días de calores tropicales, se les puede ver arrastrando porterías y transportando material al tiempo que se remueven las primeras tierras para hacer crecer dinero en forma de vegetal, enterrando con ello miles de recuerdos y esperanzas erigidas en horas felices.

Estamos en Puerto Cortés, ciudad de 115 mil habitantes, al noreste de Honduras, hablando de una barriada de mil vecinos bautizada como Colonia 30 de Mayo que vive cohesionada alrededor de unos colores que se fundaron en la otra punta del mundo hace ahora 95 años, ajenos en tiempos a los viajes que los transportarían a los rincones más insospechados del orbe. El viejo recinto ni siquiera pertenece a la colonia, un arrabal planificado hace 35 años sin lugar para un campo de fútbol, obligados desde siempre a disputar sus torneos a más de dos kilómetros de distancia de su punto neurálgico. Pero eso nunca importó, como tampoco les importa sufragar de su propio bolsillo los cerca de 50 euros que cuesta alquilar un autobús que les lleve a competir donde dicte el calendario. 

Pero para encontrar el prólogo de esta historia de locura hay que viajar a un tiempo ya lejano, cuando el Piojo López enviaba al abismo a Ruud Hesp y fulminaba la libreta de Van Gaal, en días donde el fútbol seguía siendo fútbol y no esta danza previsible que acabó con el triunfo de la excepción a la regla. Fue entonces cuando surgió el germen que dio paso en 2003 a la fundación del CD Valencia 30 de Mayo, la excusa sobre la que unificar a la barriada bajo el poder del balón. «Es la única manera para lograr que nuestra juventud se mantenga alejada de los malos pasos y las drogas» comenta José Espinoza, el coordinador de la entidad hondureña. Su único legado, el que dejaron los fundadores, fue una caseta con un amplio salón custodiada por dos muros decorados con sendos y gigantescos escudos estampados en piedra, dando, a modo de blasones medievales, la bienvenida a las gentes del barrio a cada acto que se organiza en sus entrañas. Porque la colonia es más que fútbol, es vida y refugio, es permitir a las niñas enfundarse la camisola y competir en un país donde la violencia de género alcanzó las 700 muertes en 2013, sólo comparables por su crudeza e impunidad a las de una película gore.

Pero no solo las infraestructuras agobian, carencias más básicas lastran hasta el punto de que tuvo que ser una carta al VCF en los inicios la que arañó un par de uniformes en desuso y tener con lo que vestirse. «Nuestro fondo en caja apenas alcanza los 200 euros, y aquí una equipación completa vale no más de 150» apunta Espinoza, uno de los culpables de que hace una década un grupo de 'fanáticos' del club valenciano crearan para su barriada un filial hondureño y empezar a medirse así en ligas menores a un par de peñas madridistas y a alguna que otra culé. Visten locuelos, con equipaciones falsificadas de todo pelaje y condición. «En un viaje a Marruecos hace un par de años conseguimos unos cuantos conjuntos a buen precio» explica José enseñando una foto donde aparece la réplica pirata de aquella Kappa con el ratpenat en el pecho, «no deseamos más que ayudar, expandir el valencianismo por todo nuestro municipio, esperamos no cause ninguna molestia que nosotros usemos su uniforme. Lo usamos para hacernos notar que somos aficionados del Valencia CF y poder crear más hinchas» explica mostrando un orgullo regado con gotas de una inocente preocupación.

Jugar nunca juegan solos, en la banda se pueden ver uniformadas a esposas, novias, hijos, madres y amigos enfundados en el papel de hinchas de los hinchas durante sus batallas domingueras por la gloria chica que esconde el balón, acabando la jornada en la sede compartiendo mesa y mantel para celebrar victorias o ahogar derrotas, transformando una excusa como el deporte en una especie de comuna barrial donde intercambiar solidaridad, usar de peluquería improvisada o de centro festivo en días señalados en los que acudir unos vecinos cada vez más identificados con la fe taronja. Y por supuesto, también para ver los partidos del VCF, encuentros que no llegan, o llegan mal, a unas modestas instalaciones en las que gozaron durante las pasadas semifinales europeas ante el Sevilla de un encuentro épico ante una pantalla que solo escupía nieve antes que imágenes nítidas y ruido más que sonidos de una batalla que pudo ser mucho y acabó no siendo demasiado. «Nos levantaremos de esta y volveremos a ser grandes» afirman con optimismo, un optimismo que no es ajeno a la actual situación de la entidad «esperamos que con la llegada de Peter Lim y Nuno se haga una buena temporada, desde aquí estaremos apoyándoles».

Pero ahora la premura es encontrar un lugar donde colgar la bandera naranja durante los partidos. Tras el exilio el Valencia 30 de Mayo deambuló buscando cobijo, organizando un mercadillo de objetos usados y pidiendo donaciones para poder comprar un terreno de juego sobre el que escribir un capitulo más de su nueva historia. La ilusión es contar con unas instalaciones acordes al crecimiento del club, que ya suma un equipo B, un juvenil, un equipo femenino e incluso uno de veteranos para que los cincuentones puedan también disfrutar del gozo de patear la pelota contra las redes. Una cruzada que está teniendo relativo éxito. De momento la incansable lucha ha conseguido que el alcalde de la barriada acepte negociar la cesión de un solar dentro del municipio, pero se trata de un solar con piedras y tierra dura del que solo se levanta polvo y guijarros punzantes. «En cuanto tengamos el predio pienso ponerme en contacto con la Fundación Valencia CF para que nos ayuden a construir el campo, o con las peñas que se proyectan desde Valencia hacia los países en desarrollo» comenta el coordinador Espinoza, mientras eso ocurre, el VCF hondureño se las seguirá apañando como pueda para dar refugio a unos niños que pretenden ser educados desde el deporte para arrancarlos de unas vidas sitiadas por la violencia, convertida en terrorismo cotidiano en un país gobernado por las maras y la corrupción.

Pero con todo, su lucha no cesará hasta encontrar un final feliz. Apenas sobreviven con las aportaciones propias que hacen sus integrantes, arrancadas con dolor del trabajo diario en una nación donde escasea el empleo digno. Pero todo eso, en el fondo, no importa. Les toque jugar en mitad de la selva, en el párking de una fabrica abandonada o en la misma nada siempre lo harán con el escudo del murciélago y el balón cosido en el pecho. Esa es la motivación que les lleva a hacer todo lo que hacen y a pelear por cumplir la ilusión de sus vidas, tener un espacio propio en su mismo barrio para poder construir algo más que un club de fútbol que emule al VCF, porque el CD Valencia 30 de Mayo es una herramienta social, con el fútbol como excusa, en el epicentro de un entorno necesitado de demasiadas cosas.

10 de jul. 2014

Con Madrid siempre fue así


«Y allí nació Madrid, el que nos llamó broncos por ser demasiado coperos, concediéndonos un insulto convertido en lema con el que evocar épocas mejores en momentos de desesperación». Se lee en el libro Bronco y Liguero de J.R. March (editado por L'Oronella). Poca gente sabrá que el manido término fue un insulto, un desprecio continuado, regalado por la prensa madrileña al VCF que arrasó en los 40. En aquella jerga ya antigua 'bronco' era sinónimo de sucio, de arrabalero; un calificativo irreal para denunciar la superioridad de una plantilla que de trasladar sus números al fútbol actual encontraríamos un campeón con 104 puntos y más de 130 goles anotados. Pero aquello Mestalla supo adoptarlo como un lema que coser junto al escudo, transformándolo en un grito de guerra que reclama orgullo en la contienda.

«Es mi pena punzante y continua porque no cejan nuestros seculares enemigos en desacreditar al público valenciano, tan correcto y hospitalario como el que más» Dijo Cubells en 1925 al semanario La Gran Vida. En realidad, Madrid nació al mismo tiempo que nació el VCF. Siempre acompañaron sus desprecios y desplantes a la trayectoria de la institución valenciana. Nunca se podrá explicar si es fruto de un miedo latente o simple mal de altura que les hace mirar todo con desdén, pero la cuestión es que no paran. No sería nada atrevido decir que en la modernez, en estos tiempos donde lejos de hacer 'deportes' se hace 'aquí hay tomate' con balones, impera la mala fe en muchos de los casos. El último de ellos, el de LaSexta, es un espacio editado por un tal Rafael Zapatero, reconocido y orgulloso anti-valencianista con un bochornoso historial de tertulias donde dejaba patente su resentimiento cada vez que abría la boca, y como tal, sigue plasmándolo en su twitter a golpe de actualidad.

Nunca se olvidará ya la vergonzosa retransmisión que hizo Cuatro del VCF Swansea el pasado mes de septiembre, donde estuvieron los 90 minutos pendientes de si la grada pitaba o dejaba de pitar a los suyos más que de lo que ocurría en el terreno de juego. Nada nuevo en esa cadena, pues ya años atrás usaron las imágenes del famoso encuentro ante el Inter – el de Farinós de portero – quitándole el sonido ambiente para subtitular en grandes letras amarillas un “Benítez vete ya” que jamás existió. En su mente han asimilado que pasó, y ya les da igual no encontrar ni una triste prueba documental, se las inventan para plasmar su enfermiza creencia y hacerla realidad a base de repetirla. Les importa tan poco la veracidad que la pancarta que sacó la CN10 en apoyo a Djukic ante los galeses – con un primer plano de la citada cadena durante un minuto – alguno la transformó meses después en una pancarta contra el serbio en un rondo delirante de estupideces. ¿Y pedir disculpas por su error? Jamás. Lejos de hacerlo se abonan al insulto contra el aficionado valenciano aprovechando que ellos tienen el altavoz y los demás ni siquiera derecho al pataleo.

Pero nada comparable a la boutade de Guillermo Ortiz en Jot Down: «El público se había abonado al «vete ya» dedicado para cada entrenador, un cántico que empezó cuando Luis, siguió con Valdano y ya cogió carrerilla y no paró incluso con entrenadores victoriosos como Ranieri, Cúper o Benítez». La del banquillo eléctrico no deja de ser una sangrante mentira, máxime cuando la entidad del murciélago ha utilizado cuatro veces menos entrenadores que Atlético y Betis, casi dos veces menos que el Barcelona, los mismos que el Athletic y solo un par más que el Real Madrid... cría fama i gitat.

Lo hiriente no es que en un desliz, o en virtud de una creencia equivocada, erren; su modus operandi es más ofensivo en la reacción que en la acción. Porque lejos de reconocer errores, pedir disculpas o hacer auto-crítica, se abonan al pitorreo y al desplante. Da igual que una pancarta reclamara apoyo a Djukic y hayas dicho que pedía su cabeza, lejos de rectificar mejor llamar al valencianista paranoico y esquizofrénico. Da igual que no haya existido ningún 'vete ya' contra nadie de los que hayas citado, la reacción es llamar al aficionado che trastornado y voluble. Da igual que girar un escudo haya ofendido a alguien, en lugar de pedir disculpas es mejor pasarse una noche entera riéndose – en un ataque de superioridad intelectual – de los que se han visto vejados por tu acción. Verdugos vistiéndose de víctimas para esparcir una leyenda negra sobre Mestalla que ya jamás seremos capaces de quitarnos de encima.

Pero de todo eso tenemos culpa los de aquí. Los 'vete ya' ficcionados se inventaron en Valencia cuando había que defender a Quique sobre todas las cosas. En forma de eterno castigo presidentes y dirigentes de todo pelaje han guardado silencio, mientras colgados al teléfono, los próceres de la noche radiofónica les faltaban a ellos y a la institución, regalando a acusaciones de dopaje alfombras rojas y pétalos de rosa cuando aterrizaban en la ciudad para instalar su circo nocturno. Ni nos respetan ni nos respetamos, y lo que es peor, ni nos hacemos respetar. Parece que solo somos capaces de unirnos cuando hay un ataque exterior, para en su ausencia despellejarnos vivos de la manera más ridícula que podamos encontrar invitando con ello al extraño a usar a la entidad y a su entorno como ejemplo de burdo y locura, cuando por aquí, no pasa nada que no pase en todas partes.

A día de hoy el VCF no cuenta con presidentes en prisión, ni juzgados por estafa, ni por asaltar las arcas en beneficio propio; ni un juez ha enviado a la Guardia Civil a registrar sus oficinas ni a dar orden de intervenir la entidad. Tampoco colecciona sentencias que declaran ilegales ampliaciones de capital utilizadas para asaltar el poder, y tampoco protagoniza estafas al fisco. Ni siquiera sus Ultras han asesinado a aficionados rivales entre el silencio cómplice de los medios afines, y mucho menos, se ha cargado entrenadores en verano por rajar de los fichajes. El Valencia no es ejemplo de nada aunque se empeñen en ponerlo como ejemplo de todo, y siempre de lo malo. Y ahí radica la verdadera ofensa, la diferencia en el trato ante hechos similares, el trato hiriente que se le presta. Si el Calderón saca pancartas llamando cojo y deseándole la muerte a uno de sus mitos vivientes (Kiko) la reacción es inexistente. Si el mismo estadio quema medio año pitando a Falcao, o el vecino lleva cuatro años silbando a Cristiano Ronaldo, la tibieza en el trato es palpable. Si Manzano tiene que escuchar cánticos de la grada invitándole a salir del armario, o directamente enviándole al cementerio, la respuesta de los medios es dedicarle vídeos paternalistas en cadenas de televisión a una afición 'que está sufriendo demasiado'. Si Mestalla pita a su equipo tras ver a un colista con 9 remontar un marcador para llevarse los tres puntos encienden la maquinaria y ya no paran con el tópico falaz hasta dedicarle titulares como “El Circo de Mestalla” en revistas culturetas.

Es cierto que el valencianista tiene la piel fina ante estos asuntos y salta enseguida, pero lo hace por hartazgo, por acumulación, hastiado de recibir un trato denigrante ante hechos comunes en cualquier latitud. El vaso hace mucho que colmó y ya cualquier gota lo desborda. Para más inri nos dejaron sin el único altavoz que se poseía y la crisis ha dejado 'la actualidad' en manos de sucursales de medios nacionales que ejercen de Caballo de Troya con renovada pasión. Esto, con Madrid seguirá siendo así porque siempre lo fue, porque nunca les importó lo más mínimo acercarse para entender al VCF y conocerlo, y seguirán sin hacerlo hasta que sea la propia institución quien les plante cara y se haga respetar en lugar de ponerles alfombras rojas tras el insulto y participar en su falso y acartonado show cada vez que necesitan a algún tonto útil para rellenar minutos muertos.

Al menos queda la esperanza que la era de las redes sociales deje espacio para el pataleo y que esa única militancia de reacción que se ejerce sólo ante la 'meseta' deportiva (en lo político recibimos un trato peor con extraña sumisión) les haga ver su error (harto complicado) o directamente les aburra tanto que se obre el milagro y dejen de mentar al VCF ni siquiera para dar el resultado de la quiniela. Sería lo mejor que le podría pasar al club de Mestalla, que Madrid jamás le volviera a mencionar. Para como lo hacen es preferible el silencio eterno. Eso sí sería mostrar algo de respeto.

4 de jul. 2014

El gordo portero inglés


A mediados de la segunda década del siglo XX los niños pedían a sus padres entre algarabías que les llevaran a la feria de Blackpool Sands, cerca del balneario, para poder ver entre aquellas polvorientas casetas de sábanas multicolor e ilustraciones roñosas al famoso 'Mountain Man' y desafiarlo por unos peniques. Aquel era el nuevo escenario en el que se ganaba el sueldo un corpulento hombre de 40 años que sobrepasaba los dos metros de altura. 'Venza al portero' rezaba el letrero sobre su cabeza, situado en el lugar donde antaño se levantaba un travesaño que custodiar. Ese era su nuevo equipo. Lejos de las gradas repletas de sombreros de pana y de caras expectantes, ahora, se las tenía que ver con mocosos de metro treinta o con insufribles adultos, que heridos tras observar como los suyos fracasaron sin remedio en aquellos terrenos de juego ya olvidados, acudían a la feria para comprobar si lo que el hastiado delantero del Burton Albion había escupido a los periódicos, cuando estos le cuestionaron sobre su criterio a la hora de lanzar dos penaltis errados, era cierto: «¿Dónde quieren que los tire, si él está en todas partes?» Lo estaba. Ahora allí. Con muchos más quilos sobre sus rodillas y ahogando sus penas en un alcohol que le hacía creer que tejía las costuras del juguete roto en el que se había convertido.

William Henry Foulk era una de esas personas que nadie se toma enserio a simple vista. Quizá por eso, como jugador, pasó a llamarse Foulke, y tras su fallecimiento, por el mismo arte de magia, se le rebautizó como Foulkes. Y no crean que no se hacía de respetar. En los entrenamientos con el Sheffield United exigía el perdón de sus compañeros sentándose sobre ellos, cuando no colgándolos boca abajo, cada vez que perdían la educación con él. En el terreno de juego era otra cosa. Sus rivales salían amoratados del área. En aquel fútbol de finales del XIX al portero se le podía hacer de todo y muchos eran arrastrados a las redes como método para anotar un gol. Con Foulke se puso punto y final a la tradición, y en una ocasión, ya delineando su retiro, se quedó sin camiseta como premio a que sus pies no se movieran ni un centímetro. Aquel partido se paró hasta que una vecina de Bradford – último club en el que jugó – se presentó con una sabana ante la imposibilidad de encontrar zamarras de su talla, permitiendo con ello que se reanudara el partido ante el Accrington Stanley. Victoria 1-0 para los locales y una página más escrita en la leyenda del portero imbatible.

Pero no siempre fue así. A sus 19 años era un muchacho espigado, aunque tremendamente alto, que le daba palos a una pelota con un stick mientras envidiaba a esos nuevos burgueses que se juntaban para darle patadas a un balón. Los periódicos locales le amaban. Y sus posibilidades de un mayor éxito en el deporte hubieran sido seguras de continuar con aquel trozo de madera entre las manos que conformaba el cricket. Pero su vocación era otra. Aunque tuvo que redimirse de demasiados desengaños cuando decidió cambiar su manera de correr para hacerlo tras un balón y acompañado por diez compañeros. Su altura y unas buenas dosis de intransigencia quisieron que no hubiera mejor lugar para un tipo como él que en la portería. Fue bajo aquellos listones arrugados por las inclemencias del tiempo y las malas artes de los modestos clubes de Derbyshire, ante el Ilkeston Town, en un partido de la copa del condado defendiendo los colores del Blackwell Miners Welfare, cuando un bigotudo agente de seguros de Sheffield quedó sorprendido ante la escena que acababan de registrar sus ojos. Un felino de 120 kilos y dos metros se había merendado a sus oponentes volando sobre la línea de cal, saliendo a la carrera aplastando delanteros a su paso. Aquella potencia de la naturaleza debía recalar en la ciudad del acero.

Imagínense las reacciones cuando uno de los clubes de más importantes del momento se presenta con un tipo de movimientos lentos y pinta de torpón como fichaje estrella. Allí empezó a castigar con sentadillas a los más insidiosos. Y a base de partidos, a revocar los menosprecios con los que se le solía agraciar por su aspecto. «No me importa como me llamen, siempre que no me llamen tarde para almorzar» se despachó con sarcasmo ante la opinión pública en una de sus mejores frases. En la vida de Foulke es difícil distinguir qué es leyenda y qué es realidad debido a la cantidad de historias con las que se le asocian. La más famosa nos cuenta que una buena mañana se desayunó el rancho preparado para sus diez compañeros de equipo antes de disputar la primera de las tres finales de la FA CUP que jugaría en sus once años de estancia en el Sheffield United. La otra, dice que se cargó una portería tras colgarse del palo mayor. Y a pesar de su aspecto de bonachón sin fronteras con el que era presentado en las fotos victorianas no era de carácter fácil. En 1902, atisbándose el ocaso de su carrera y convertido ya en mito futbolístico, hicieron falta 20 hombres para reducirlo tras un encuentro de la primera ronda de la FA CUP ante el Southampton FC que valió un replay innecesario cuando un árbitro con dificultades de visión concedió un gol ilegal. Aquel hombre palideció hasta tintes fantasmales cuando vio a Foulke salir en estampida hacia su posición para agarrarlo por la pechera y zarandearlo como un muñeco de trapo. 'Fatty' ganó él solo el partido de repetición. Era cuestión de orgullo.

James Trainer se las prometió muy felices para el combinado galés en febrero de 1897. Inglaterra venía de perder su marca de veinte partidos invicto en los encuentros internacionales que anualmente, bajo el titulo de 'Home International Championship', enfrentaba a las cuatro federaciones británicas. ¿Quién puede ganar un encuentro internacional con semejante portero? Willian Henry Foulk apenas llevaba tres años en la élite y ya era internacional 'A', ganándose el respeto del gremio y el odio de un público rival que se veía obligado a hacer la transición de las bromas a la frustración al ritmo que el devenir del encuentro hacía evidente que aquel tipo que tenía pinta de cualquier cosa menos de atleta era imposible de batir. Los galeses no fueron menos, y tras presentarse con el partido dado por ganado se retiraron con un 4-0 a sus espaldas y una actuación en la portería sublime de aquel tipo alto y orondo que 'era ágil como un gato' como gustaba titular a los medios londinenses entre expresiones de jolgorio. Ya nadie se atrevía a meterse con él.

Se puede decir que los Blades no fueron nada ni antes ni después de 'Fatty' Foulke. Defendiendo sus redes, dominaron la FA CUP y fueron campeones de la First Division estableciendo un récord de imbatibilidad que llamó la atención de los extraños. En aquel fútbol donde era habitual encontrarse estadios con poco más de cinco mil espectadores se pasó a un récord de asistencia con las 114 mil almas que se congregaron para ver el face to face entre el Tottenham y el equipo del famoso hombre montaña en uno de esos duelos en la cumbre que vistieron de síntoma la popularización del balompié entre la clase obrera. Aquel tipo que creció jugando al cricket era un reflejo aumentado de esa versión futurista conocida como Jeroen Verhoeven, despertando entre las gradas cánticos de todo tipo que se tornaban en éxtasis cuando abandonaba la portería y salía raudo hacia el área contraria para ayudar a su equipo a ganar sobre la bocina un partido enrevesado. Su cometido no era anotar tantos, sino quitar de en medio elementos molestos como si fueran bolos de poliéster huyendo de un vendaval.

1907 y la insurrección de Billy Meredith, la que acabó con la prohibición de que los futbolistas no pudieran ganar más de 8 libras semanales, estaba todavía muy lejos, y a Foulke, le pillaría enfilando su retirada. El dinero era escaso en un deporte de clases bajas donde mayormente la afluencia a los estadios era reducida y a un precio insignificante, con lo que la longeva vida de un jugador amenazaba pobreza. Su salida de Sheffield durante aquella transición del fútbol amateur hacia los primeros pasos del profesionalismo fue recibida como el mayor drama jamás contado en el la ciudad del metal. Londres sería su penúltimo reducto, el último intento de llenar su bolsa con alguna libra con la que edificar una vida digna una vez colgadas las botas.

Aquel Chelsea recién parido tiró de billetera para conformar un equipo decente con el que poder competir en una ciudad infestada de clubes de mayor enjundia y arraigo social. John Tait Robertson era un fiel defensor de la teoría que rezaba que un tipo como Foulke era el causante de que una lluvia de títulos hubiera anegado el Bramall Lane. Y quería eso para su proyecto, un hombre temible e imbatible, del que él se encargaría de aumentar su mala fama. Robertson obligó a Foulke a vestirse con ropas dos tallas menores para crear una sensación de monumentalidad exagerada, y tras la portería, colocaría estratégicamente a malnutridos recoge pelotas – otro invento de Tait – para que al contraste con la bestia su figura se viera aumentada. Fue en Stamford Bridge donde su leyenda negra tomaría cuerpo gracias a una cuidada difusión de historias sin sentido que buscaba acobardar a los equipos rivales.

En Londres quizá fue más amado que en su equipo de toda la vida, sus potentes saques de puerta, otra introducción de su enfermizo entrenador, iban más allá de la línea divisoria para erigirse en una jugada de estrategia sin parangón, que despertaba las pasiones de los espectadores, haciéndole olvidar al portero aquellos tiempos de quarterback donde su misión era placar rivales en lugar de poner milimétricamente el balón en el área contraria sin salir de su portería. Una pose sin sentido que no era efectiva y que sólo formaba parte de un numero circense para demostrar la potencia de aquel hombre que había llegado siendo portero, y que allí ,se convirtió por primera vez en un mono de feria. Foulke duró apenas una temporada vistiendo la camiseta del Chelsea, tal vez inconsciente del futuro que le esperaba, o puede que anteponiendo su dignidad personal al dinero. Pero prefirió volver a ser feliz en el modesto Bradford haciendo lo que sabia a interpretar un monstruo improductivo a las ordenes de un tarado con bombín.

Aquella noche, tenía entre sus manos una copa de latón abollada que por momentos se erigía ante su turbada mirada en un trofeo de plata con inscripciones de gloria. En aquel tugurio maloliente escondido entre casetas de feria pasaba sus noches contando pintas donde antaño sumaba triunfos. Escuchando a sus espaldas, en una infame cantina, historias de un tiempo mejor donde él era el rey y los demás unos apestosos sublevados. El « míralo, sí, es él» ejercía de incesante martirio en una vida ya vacía. Allí lo encontraron, en el suelo, envuelto entre sus sucias sabanas, con apenas unas monedas esparcidas sobre el suelo, expirando sus últimos minutos en la tierra víctima de una cirrosis cultivada con penas ahogadas en bebidas espirituales. William Henry Foulk se fue al otro barrio convertido en una atracción de feria mientras ahí fuera su leyenda todavía resonaba en los estadios de fútbol, imaginándose el mundo a aquel ogro de dos metros que volaba de palo a palo como un halcón disfrutando de una vida plena en alguna mansión en la campiña inglesa, mientras él, entre suciedad y ratas correteando por su caravana esperaba un nuevo amanecer en el que plantarse debajo de aquel cartel que decía 'Venza al portero' por tres peniques la hora.
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