31 d’oct. 2013

Djukic, lo tenías todo


Tras aquella reunión de cafés y penumbras en las que se decidió apartar a Rami, alcanzó Djukic la épica que necesita todo relato, entrando vía invitación en el camino de la historia para recorrerlo sin espinas ni piedras molestas. Aquella misma noche el ingrediente último llegó en forma de gol postrero para cimentar una reacción que acabó en el palco en el que se sentó un capitán lesionado, viajando sin necesidad, para hacer grupo en medio del naufragio. El escenario ideal para coger la situación por la entrepierna y moldearla a conveniencia. 

Esa oleada de positivismo podría haber sido la primera línea de una crónica que le hablara a las generaciones futuras de lucha y reacción con sabor desventado a Montjuic, para catapultar a un entrenador hundido y a un equipo sin rumbo hasta la más modesta de las glorias. Pocos personajes en la historia del balompié pueden presumir de haber coleccionado tantos respaldos, públicos y privados, de presidente, aficionados y jugadores, autoculpándose con insistencia estos últimos, exigiéndole en la intimidad del vestuario 'que les abronque y les diga los errores a la cara'. En cualquier otra situación, las normales del deporte, un entrenador en esas circunstancias hubiera quedado aislado en su propio error.

Aquel serbio contestatario y disciplinado que se presentó en Valladolid ha quedado reducido a un alma en pena despejada a la banda, a un hombre que no da ordenes porque prefiere coleccionar facepalms que renueven las recurrentes galerías de memes que ilustran con entusiasmo la red. Miroslav nunca supo cómo aterrizar en este equipo y ha acabado pariendo un grupo sin rumbo, sin ideas sobre el terreno de juego, viviendo en la improvisación continua para perecer en situaciones que se alejan de lo más básico. Ignorantes en ataque y ciegos en defensa. Uno sabe que un equipo funciona cuando sus jugadores más vulgares parecen estrellas, y en este equipo, repleto de internacionales por Brasil, Argentina, Portugal o Francia, las estrellas parecen jugadores vulgares.

Pero Djukic no es responsable de ello. Él no tiene la culpa de que las prisas y la irreflexión abrazaran un nombre antes que una necesidad en pleno despecho post-Valverde. Tampoco es responsable  de que esta plantilla la haya confeccionado un títere de presidentes y representantes, con poca voz y menos recursos. Ni siquiera tiene la culpa de que en los últimos 10 años el banquillo del VCF se haya devaluado tanto que haya pasado de dar cobijo a inquilinos con títulos y/o años de experiencia a sus espaldas a que una simple temporada en primera, y en la zona baja de la clasificación, cuente como mérito suficiente para dirigir una entidad de 116 millones de presupuesto y un vestuario copado de internacionales y egos desbocados.

Tuvo ante sus narices el escenario indicado para construir su propia leyenda, para levantar un imperio desde sus propias cenizas, pero ha dejado escapar una oportunidad histórica, y con ella, nos ha arrastrado a los demás. Aquel sargento dialogante, virtuoso en el manejo de rebaños, ha quedado reducido a un ser ojeroso y cabizbajo escondido tras la publicidad del micro en la sala de prensa, con voz baja y mirada gacha, atenazado por la situación. Es la viva estampa de un guerrero vencido por su propio destino. Aquel gol de Jonas en Granada quedará para la historia de un universo paralelo, donde ese equipo alternativo, con 2 copas de Europa en sus vitrinas, sí supo subirse a la ola que generó aquél aleteo hasta cimentar una reacción imparable. No debe, ni puede, ser Djukic el único cadáver que salga por la puerta de este accidente. Antes que el suyo deben desfilar algunos otros.

29 d’oct. 2013

La plantilla interminable

Tras un paradón de César, Bruno corre la banda para darle un pase a Topal, que se la deja franca a Mata, que centra a Aduriz y anota el gol. Podría ser el inicio de cualquier crónica, pero es la constatación de una miseria. El drama en la composición de una plantilla que sufre bajas permanentes todos los años en cantidades excesivas. El relato oficial nos lleva a lamentarnos de pérdidas llamativas, de jugadores de portada, invitándonos a encerrar en el olvido a todo aquel jugador de segunda línea que se ocupaba de hacer equipo desde el fondo del armario. Ya no hay Brunos, ni Dealberts. Solo quedan los restos malheridos de un naufragio.

Echar la vista atrás es experimentar de golpe esa crisis atenuada por el día a día, que engaña a los sentidos con sus muecas matinales para convencerte de que ella es inocente. En el período de tres años y medio el VCF ha sufrido veinte bajas, el doble de operaciones de mercado, que han moldeado un equipo nuevo, más raquítico y menos compensado. En el intervalo en el que la ciencia del fútbol dicta como necesario para construir un grupo nos hemos dedicado a destruir el que teníamos para poder sobrevivir. Sin olvidar los errores cometidos en su confección. Sólo seis jugadores perduran de aquellos días. Guaita, era tercer portero. Ricardo Costa, fuera de las convocatorias por su rango de portugués díscolo. Feghouli, que jugó cedido en el Almería, Banega, Mathieu y Jonas, que llegó en enero. Seis componentes de una plantilla de veintiséis, muchos de ellos secundarios en aquel equipo, son hoy pilares fundamentales.

Si acortamos los tiempos, yéndonos solo dos temporadas atrás, las pérdidas tampoco son escasas, encontrándonos con doce bajas respecto al actual equipo. La mitad de aquella plantilla ya no corretea por Mestalla los fines de semana. La cifra no se aleja demasiado de los ocho cambios que este verano ha sufrido el plantel respecto al último curso. La tendencia, es de suponer – salvo sorpresa – seguirá en cuanto se abra el mercado invernal y adquirirá velocidad de crucero con los primeros calores del nuevo año para no perder el ritmo en esta eterna y radical transformación. En todo este maremágnum de altas y bajas hay que sumar a los jugadores 'presenciales', aquellos que apenas han tenido minutos, como Barragán o Piatti, así la reducción de efectivos útiles nos lleva mucho más allá del simple mercadeo de entradas y salidas. Muchas de ellas rompiendo con la razón, como la de Cissokho, único lateral izquierdo en nómina traspasado para fichar un delantero que acaba jugando de extremo, obligando con ello a dos interiores a reconvertirse en lateral, con tan poca estabilidad, que no tienen tiempo para hacerse al puesto ni adquirir conceptos asociados al mismo, condenados a vivir en una incesante ambigüedad.

En el pasado, una plaga de lesiones te permitió fabricar un Jordi Alba en el carril, ahora, es la necesidad – y la mala planificación – la que obliga a ello. Las diferencias son sustanciales. El gran drama de estas pérdidas no llevan el nombre de Villa o Silva, sino de jugadores de trabajo y cohesión, como el del Tino Costa. Un futbolista que no gustaba a nadie, pero que siempre se retiraba del terreno de juego entre aplausos, siendo el segundo máximo asistente, por detrás de Jonas, el que más balones recuperaba y el que más kilómetros recorría. Y lo más importante, era pieza clave en la transición ofensiva, el referente en las jugadas de estrategia, parcela que dio muchos de los puntos sumados durante estos años, y que en su ausencia, ha dejado de ser una faceta respetable. Los desequilibrios son tremendos. En ataque se ha perdido calidad y gol, del Soldado - Aduriz al Postiga - Alcácer, en la zona de medias-puntas no hay desborde, no se asiste a los delanteros, ni hay capacidad de trabajo. Los pocos que poseen algunas de estas cualidades se ven relegados al lateral o han desaparecido del mapa tras un alarmante descenso en su rendimiento.

Una de las zonas más castigadas es la partida de centrocampistas con su falta de versatilidad, sin alternativas para jugar diferente incluso durante un mismo encuentro. Javi Fuego ha quedado como el único medio defensivo natural, para quemar en defensa un lateral en la posición de central izquierdo. Esta apuesta talibán por la exquisitez esconde otra TARA que condiciona cualquier propuesta. No hay jugadores de fútbol directo, de primer toque ni transición rápida. No hay nadie capaz de imprimir intensidad o ritmo. Es habitual observar en el VCF como los contragolpes son frenados en seco por preferir un regate a un pase de primeras, desperdiciando con ello opciones de ataque con una facilidad insultante. Nadie está capacitado para enviar un balón con la precisión y la potencia requerida. Cuando no, intentan regatearse a tres defensores en el corazón del área en lugar de elegir el chut o enviar el balón a un compañero mejor posicionado, y lo hacen buscando el lucimiento personal, para buscar lo imposible sacrificando lo colectivo. La inteligencia táctica brilla por su ausencia como brillan por su ausencia esa estirpe de jugadores alejados del glamour que aportan equilibrio, solidaridad, trabajo y sencillez a todo equipo que se precie de serlo. Se han ido perdiendo por el camino jugadores 'comodín' y alternativas que te permitían recomponerte durante el trayecto.

La locura no solo reside en un roster descompuesto, la elección de entrenadores ha seguido la misma tónica. De Emery se pasó a Pellegrino, enfrentándose a cuatro años de automatismos y formas de hacer para imponer otras radicalmente opuestas, solucionándolo con Valverde y volviendo al extremo con un Djukic que un día fue abducido por esa moda snob del guardiolismo, traicionándose sobre la marcha al ver que el barco hacía aguas por todas partes. Al drama se le une un trabajo inexistente por parte del técnico, una pretemporada que no ha servido para nada y una preparación que no ha dejado un triste concepto adquirido en una plantilla que ya sale ante los micrófonos clamando por el final de una forma de jugar que consideran estúpida. Tan pocas cosas hay, que no hay ni discurso.

Este frenesí parece no tener fin cuando en lugar de preocuparse en hacer un equipo, equilibrar una plantilla y poner coherencia a un grupo de retales inconexos de lo único que se habla es de encontrar fórmulas mágicas para contratar un jugador 'mediático', de esos que no han triunfado jamás en el VCF y que han acabado generando problemas terribles. Hace demasiado tiempo que somos víctimas de un equipo desprovisto de columna vertebral, sin una base sobre la que ir levantando un camino nuevo, sin clase obrera sobre la que cimentar un proyecto medianamente decente. En dichas condiciones es imposible implantar ningún tipo de mentalidad, trazar un camino a largo plazo que te de un rumbo fijo que seguir en medio del caos. El único plan existente sigue siendo vender a diez y fichar a doce que poco o nada tengan que ver con los que se fueron.

24 d’oct. 2013

La sonrisa afgana


Durante muchos años fue el escenario elegido por los talibanes para ejecuciones y juicios sumarísimos contra opositores al régimen. Pero aquella tarde, un recinto bañado en sangre y muerte, acogía a miles de almas para celebrar un hecho superfluo en la práctica, pero de una magnitud inabarcable en su esencia. Entre los vetustos graderíos del Ghazdi Stadium se mezclaron tribus enfrentadas durante décadas, asentando a mujeres, antaño recluidas en sus casas y esclavizadas bajo un manto de tela que las cubría de pies a cabeza, en la normalidad. Los tiros que arañaban la atmósfera ya no eran avisos de guerra, sino salvas de celebración. Entre un aforo desbordado y un griterío ensordecedor la selección afgana entraba al estadio para celebrar entre delirios su reciente éxito: la conquista de la copa Asia-Sur. El primer y único triunfo deportivo del país en toda su historia.

En los 20 años de dictadura talibán el fútbol fue una de tantas actividades prohibidas, ahora, tras doce años de guerra y libertad ejerce un poder de cohesión social muy superior al de la política. Cuando el pasado 20 de agosto Pakistán penetró en Kabúl para convertirse en la primera selección en tres décadas que disputaría un encuentro internacional en suelo afgano, en el país, la expectación alcanzó cotas nunca vistas. Por vez primera un partido de fútbol mancharía los televisores locales. Debido a su simbolismo, Karen Allen, corresponsal de la BBC, cubre el encuentro para la cadena británica, en la pieza, entrevista a un joven asustadizo que responde al nombre de Shabir Ahmad, con la mirada baja y voz temblorosa relata en un torpe inglés su llegada al estadio desde un mundo rural controlado por los talibanes: «Nos preguntaron dónde íbamos, les dijimos que a ver un partido de fútbol... ¡ y nos dejaron pasar !» No hace mucho esas mismas palabras le hubieran costado una ejecución en el mismo césped en el que vería a su selección vencer por 3-0.

La final de Katmandú

A los nueve minutos, Mustafá Azadzoy convierte un giro de tobillo en un regate que tumba al portero indio, vía libre para anotar el 0-1 y abrir el camino a la gloria. El muchacho, de 20 años, abandonó en brazos de su padre y con apenas unos meses de vida su país, huyendo de la amenaza talibán contra su familia. Hoy, es uno de los héroes que formarán parte de los libros de historia de la castigada región montañosa, un disidente de la paranoia que escribe la primera línea del mayor episodio de euforia nacional jamás contada. Entre las modestas gradas del estadio nacional de Katmandú apenas hay un centenar de afganos, la mayoría son funcionarios del gobierno, acompañados por algún empresario, que aprovecha el viaje para vender lana y establecer rutas de comercio. Son las únicas voces que gritan el tanto de Azadzoy

Los contendientes son a cuál más singular. La India ni siquiera tiene una liga nacional. Afganistán, hasta el pasado agosto, no había competido en 30 años, y sus jugadores, casi todos emigrantes, vienen de jugar en categorías regionales de Alemania, Noruega, Holanda o EEUU. La competición es un sucedáneo de copa asiática que ni la propia confederación continental da importancia al tratarse de una especie de torneo para que las selecciones más torpes adquieran experiencia competitiva. Nadie les está mirando. A los 62 minutos, un chut desde la frontera del área permite a Sandjar Ahmadi subir el definitivo 2-0 al marcador. Es 11 de Septiembre de 2013, y Afganistán gana su primer titulo internacional en pleno aniversario del ataque al World Trade Center, el primer paso de una guerra que devastó la nación durante 12 años.

La euforia de Kabúl

Una región castigada por la guerra y la pobreza lloraba de alegría, durante unos días las tensiones políticas se disiparon, etnias enfrentadas convivían pacíficamente en la calle portando la misma bandera, convirtiendo el efímero triunfo de la selección en una sólida puntada en la abierta herida nacional. Lo sucedido en Katmandú devolvió durante unos instantes la normalidad, algo tan extraño para ellos. Para tan pequeño país un torneo sin oficialidad adquirió tintes de copa del mundo, en sus calles se estaba construyendo el mayor acto de reconciliación nacional que se recuerda. Los coches que transportaron a los jugadores hasta el estadio acabaron con abolladuras en su chasis de la cantidad de golpes de ánimo que recibieron en su largo trayecto desde el aeropuerto. El país era un latido.

Azadzoy, recluido en su vehículo, ve por primera vez la tierra en la que nació. Recorre las calles que una noche, de hace muchos años, transitaron a hurtadillas sus padres para cruzar la frontera en plena oleada de secuestros y asaltos que los fanáticos habían planeado para aniquilar los últimos reductos de oposición. Junto a él también está Ahmadi, otro hijo de la diáspora, ambos compiten en el fútbol regional alemán, y allí, con aquellas sucias ventanillas ejerciendo de pantalla, graban en sus retinas las caras de unos compatriotas que solo han conocido la pesadumbre, hasta que una tarde del mes de septiembre, esos dos, les dieron una copa que celebrar. 

Las escenas que enseñan los cientos de vídeos caseros que copan la red nos muestran estampas más propias de la guerra. Hogueras encendidas que iluminan la noche, disparos al aire, gente desbocada corriendo por las arterias de una urbe polvorienta y llena de cicatrices. No protestan, ni se dirigen al frente, están danzando inducidos por la magia que desata una pelota de cuero cruzando una línea de cal. Kabúl, por una vez, vive feliz en medio de la miseria. 90 minutos de fútbol ayudaron más que doce años de política.

«Allahu Akbar» resuena con estruendo en el Ghazdi stadium, se oyen Kaláshnikovs gritaren sus gradas se agolpan cinco veces más personas de lo que su aforo oficial dice que se puede permitir. Sobre su césped ya no yacen cuerpos inertes acribillados por las balas, pasean 22 muchachos, muchos de ellos criados en Europa, ofreciendo un trozo de metal plateado a su pueblo. El mismo escenario convertido durante años en un monumento a la muerte y la infamia celebra ahora un éxito deportivo – herejía no hace tanto – en nombre de Alá. El triunfo no se desvanecerá, pronto se convertirá en política, en un mensaje gubernamental sobre el que construir un país nuevo. Los niños dejarán de deambular por las calles para acabar esclavizados en los clandestinos campos de amapolas del interior y empezarán a jugar al balón en las paupérrimas escuelas deportivas que las autoridades están empezado a construir con los nombres de los héroes de Katmandú. Un balón para transformar Afganistán, dos goles para hacer que el 11-S ya no sea sinónimo de guerra, sino de unión ante un triunfo nacional.

15 d’oct. 2013

¿Para cuándo la secretaría técnica?

Con la satisfacción de quien cree haber descubierto los secretos del universo se levantó de aquella silla un Manolo Llorente que humilló durante diez minutos al director deportivo que horas atrás había sido 'amortizado'. A su derecha se sentaba el vicepresidente, el señor que en una junta de accionistas, ante notario, anunció la irrevocable decisión de destinar 1,5 millones de euros anuales 'para tener la mejor secretaría técnica posible'. Ambos no escatimaron energías en afearle a Fernando, el jefe de todo aquello, que no hiciera el trabajo de un simple ojeador, es decir, que no viajara personalmente a las ciudades deportivas de Europa para espiar los entrenamientos de sus futuribles. Obviando, entre otras cosas, que el presupuesto para viajes era tan escaso que los técnicos se veían en la necesidad de pisar territorio francés en coche propio para ahorrarse un billete de avión que el club no estaba dispuesto a pagar.

A pesar del incumplimiento de la promesa – como esa, otras tantas – de Javier Gómez, el departamento, en el momento en el que Fernando envió a la mierda a Llorente, contaba con una infraestructura nada despreciable. Hasta cinco personas estaban a las ordenes del catedrático con la única misión de contratar jugadores a coste cero. Uno de esos nombres era el del propio Braulio, acompañado de gente como Garrido, Bossio o Salva Grau. Hoy, salvo el gallego y el montador de vídeos, ninguno continua en su puesto. Durante mucho tiempo no hizo falta más.

Cuando no había que hacerle un favor al presidente del Valladolid – quién sabe si en sus delirios de ganarse apoyos para presidir la LFP – y fichar a Barragán se tiraba de amistad, a los postres de fondo de inversión, o de representante afín para completar una plantilla que refleja en su composición la esquizofrenia de sus hacedores. Tics que parecen no haber desaparecido del todo. Este verano aires de injerencia volvieron a soplar por Mestalla en forma de Fred – o de Piatti – hasta llegar con Doyen al punto final. La secretaría técnica, lejos de ser ese pilar fundamental para la viabilidad deportiva y económica de la entidad, se ha convertido de repente en un departamento decorativo en el que cargar responsabilidades y ocultar culpas, realizando cribas de 'infieles' más que en organizar el estamento que debería poner los cimientos de una reentré en la élite.

No es solo la falta de logística, es también la ausencia del camino que se quiere recorrer. Todavía nadie ha caído en la necesidad de perfilar la filosofía de equipo que se desea, si recuperar el estilo histórico de la entidad o continuar en la filigrana perpetua, con calidad pero sin competitividad. Más allá del Scout 7, ese programita informático que compartes con 100 clubes europeos con los que no puedes competir económicamente, las herramientas siguen ausentes. Lejos de si el responsable debe llamarse Braulio o Jacinto sería aconsejable encontrar cuanto antes una ventaja comparativa, y eso pasa por conformar un departamento altamente cualificado, dirigido y equipado para poder contrarrestar la manifiesta inferioridad en el mercado de fichajes.

Alejándose de las trincheras – hay tantos motivos para defenestrar al gallego como para ensalzarlo – es incuestionable que ha tenido que trabajar con una serie de handicaps difíciles de superar. Entre presidentes sobones, falta de personal y de presupuesto para peinar el mercado, más allá de la vecina Francia, uniendo la complejidad institucional, han determinando las decisiones tomadas. De las que Braulio ha tenido mucho que ver, sin duda, por dejarse pisotear y por tragar con ciertas cuestiones que otro con más personalidad y menos que agradecer no hubiera tolerado. No hace mucho se incorporó del Córdoba a Ricardo Pozo con el que romper la soledad en la que se encontraba el coordinador, pero sigue estando muy alejado de los números de Fernando, víctima de esos recortes silenciosos y poco publicitados que han ido minando poco a poco las estructuras de una entidad que en ocasiones parece sostenerse por pura casualidad.

Aunque resulta obsceno reclamar más inversión en la secretaría técnica ante problemas financieros, e institucionales, más apremiantes no deja de ser un gasto necesario que repercutirá directamente en las finanzas. A más exhaustivo análisis del mercado y del jugador a contratar menor será el margen de error. A más herramientas, humanas o informáticas, al alcance para peinar el mercado más opciones de avanzarse a la hora de contratar futbolistas de nivel se tendrán, con lo que el retorno en forma de resultados deportivos – ejerciendo de motor del marketing, taquilla y televisión – y en futuros traspasos contribuirá a relajar la presión sobre la caja.

Una vez solidificadas otras estancias, llega el momento de hacer una sentada y plantear que es lo que se quiere ser sobre el campo. Si Braulio es la persona idónea o si se requiere otro perfil, y dibujar sobre ella el carácter de un equipo con el lápiz de una departamento técnico mucho mejor equipado y plenamente independiente. No se puede seguir dejando el césped como algo secundario viviendo en el eterno limbo, ni tampoco volver a los errores de enfrascarse en cambios en plena ebullición del mercado estival para ser esclavo de representantes indecentes. Hay que abordar cuanto antes la reforma en el despacho del gallego, aunque se tenga que prescindir de él, o no haya aval. Cuando peor estás más determinante es una buena/mala secretaría técnica en tu resultado final.

10 d’oct. 2013

Mi pueblo me lo robaron

Echar la vista atrás es encontrarse con la ausencia total de fútbol durante la semana. En un mundo muy diferente al de hoy en día, donde ser futbolero era una especie de enfermedad o afección no muy bien vista que había que llevar en secreto. En un patio de colegio inmenso apenas rodaba el balón. La única cancha de fútbol – sala – la ocupaban los mayores, de séptimo u octavo, aunque no siempre lo hacían. El resto se asentaba en los laterales simulando que miraban, porque en realidad iban a su rollo, fumando, escondiendo el tabaco ante el pasear de los profesores, charlando de sus cosas. Cerca de allí, a tiro de mochila, en un rincón, jugaban los 'otros'. Ahí estábamos.

En ausencia de gente el patio se antojaba excesivamente grande. Realmente es grande, sigue siéndolo, tal vez el mayor que haya visto nunca. Pero cuando sonaba el timbre entendías el tamaño, aquello se llenaba. La cancha de baloncesto solo se usaba para hacer 'la cola' antes de entrar a clase. Así estaban las canastas, devoradas por el óxido, con la madera putrefacta por la lluvia y castigada por el sol, llorándoles a los dioses para que le compraran de una vez una pelota a Gasol. Como ocurría con el campo de fútbol, sus laterales también se llenaban, pero de gente menuda, y no hacían como que miraban, porque allí nunca jugaba nadie a nada. El resto ocupaba el tiempo en otras cosas; las niñas jugando a la goma, las mayores tomando el sol con la Súper Pop rulando como se hace rular un canuto, entre risas y comentarios. Los demás, cavaban hoyos en el foso de arena o tiraban piedras a las ardillas. Una vez , alguien, no se sabe cómo, apareció con un murciélago muerto entre sus manos.

Tras todos ellos, ignorados por el mundo, estábamos los del rincón. Las dos porterías estaban formadas por un tronco gigante y por un muro, que nos separaba de la calle, haciendo de segundo palo. Tes niños en paralelo y sin extender los brazos era la anchura de todo aquello, no daba para más. La portería sur era la mejor, detrás tenía otra pared, bien cerca, apenas a 5 pasos, que ejercía de red. Era una pared lúgubre, nunca se había puesto nadie allí. La norte era la conflictiva, tras ella estaban 'los mayores' viendo jugar a los suyos en el campo de fútbol. Para anotar un gol había que meterse con el balón y el portero a cuestas porque cualquier disparo acababa en la cabeza o en la espalda de alguno de aquellos matones, y si ocurría, la estampida debía ser automática si pretendías sobrevivir.

El rinconcito era mucho más que nuestro campo de juego, también era el lugar de reunión los lunes - o miércoles - por la mañana para maldecir y llorar un 7-0 en Karlsruhe o para hablar del último gol de Mijatovic al Logroñes hasta que el conserje tocaba la sirena que nos metía en clase. Eran días donde el fútbol ocupaba un lugar residual en la vida de todos, lejos de los instantes matinales de principios de semana no recuerdo ningún otro comentario futbolístico en todos aquellos años. La gente estaba a otras cosas, con las cazadoras de cuero, la música punk, Nirvana, Rockola y todo aquello que veías con ojos de quien mira a gente con pintas extrañas. '¿Fútbol?, estáis perdiendo el tiempo con eso chavales' nos solía decir un tipo que fuera el día que fuera siempre iba con alguna camiseta de Pearl Jam. Eran sus días, donde la mayoría decía eso de 'no me gusta el fútbol' y eran respetados como un premio Nobel dejando a la concurrencia asintiendo para decirte que tenias que ser como ellos. 'Este xiquet acabará tonto amb el futbol' recurría la abuela. Son los mismos que ahora como un resorte se confiesan culés recalcando hasta en dos ocasiones lo de 'soy del Barça, del Barça' para que quede claro que se sienten obligados a cumplir con la sociedad aunque no sepan nada y repitan lo que les suena que está de moda.

Nuestra suerte fue inmensa, para cuatro que nos gustaba aquello de los domingos por la tarde – era un mundo tan loco que los partidos se jugaban los domingos y todos a la misma hora –  habíamos salido del VCF, sin fisuras, ni nada que se le pareciera. En aquel colegio nunca se vio un símbolo que no llevara un ratpenat y un balón bordado en medio. Hasta que a última hora llegó un emigrante andaluz, de padre madridista, y se puso a vivir encima de nosotros. Por alguna extraña razón acabó en pique de golpes. El señor a cada gol del Real Madrid daba patadas al suelo para recalcar su militancia, y fue tal el asunto que un día de goleada intrascendente casi tiramos el techo al suelo para devolvérsela. Para una vez que ganábamos 'bien' había que presumir aún a riesgo de quedarnos sin lámpara y sufrir el consecuente divorcio.

El chaval apenas sabía que un balón era redondo, pero lo de su padre trascendió y los cuatro futboleros de la escuela se lo hicieron pagar. Una cosa era que no te gustara el fútbol, que era lo normal entonces, y otra, tener un padre madridista que daba golpes al suelo al grito de 'Hala Madrid' a cada tanto de su equipo. No debimos hacer bien nuestro trabajo, porque en uno de esos días de carnaval no tuvo otra ocurrencia que presentarse disfrazado de Butragueño, que es más ridículo incluso que hacerlo del Real Madrid, hasta salir junto a nosotros en una foto que todavía hoy atormenta verla. Acábamos adoptándolo por caridad. Era muy exótico tener de amigo al hijo del único madridista del pueblo, era una especie de atracción, incluso se propuso montar una carpa y cobrar entrada, pero un tema de permisos con el ayuntamiento lo evitó.

Vivíamos felices con nuestra afección, a veces nos señalaban 'mira esos son los raros a los que les gusta el fútbol' y acto seguido una colección de madres compungidas exclamaban 'ai, pobres, quina desgràcia', por entonces las actividades extraescolares eran el kárate, la pilota - para algo hay cuatro trinquets - o el atletismo. Aún habiendo cambiado la realidad social esos tics perduran, sobre todo en reuniones familiares, donde sigues siendo el tonto del fútbol con el que no hay que perder el tiempo con la prima de riesgo o las retrogradas leyes de Putin, dan por sentado que una disfunción neuronal te impide interesarte por otras materias. Si encima compaginas con un trabajo creativo la incomprensión alcanza el total.

Mi pueblo era un pueblo fantástico. Como ocurre con las tendencias políticas se confesaba afutbolístico en sociedad. Pero bastaba que viniera un presidente o candidato para hacerse con la silla del murciélago y se presentaba hasta el apuntador. Todo aquello empezó a cambiar con Paco Roig, su entrada al pueblo estuvo tan bien organizada que ni Berlanga en Bienvenido Míster Marshall fue capaz de montar una como esa. De repente se descubrieron militancias ocultas y afloraron peñas de debajo de las piedras. Éramos unos desgraciados, pasamos de ser los raros a ser unos del montón, la cuestión era vivir en los márgenes.

Empezaron a escucharse tracas más allá de Fallas, bodas o comuniones, acto seguido, aparecieron las danzas de coches con el canto del claxon invadiéndolo todo. Por alguna extraña razón la gente empezaba a hablar de fútbol por la calle sin que nadie les mirara como se le mira a un bicho raro. Todo siguió en perfecta armonía hasta hace cuatro ratos y medio. Cuando uno vuelve después de irse se encuentra edificios donde antes habían naranjos, lujosas construcciones en solares que no hace mucho acogían finales del mundial entre personitas de metro treinta, comercios chinos y trabajadores ecuatorianos conviviendo sin problemas.

Todo ha cambiado. El otrora reducto valencianista hoy vive segregado. Las tracas que se escuchan ya no son de bodas, comuniones o para celebrar éxitos del VCF, las danzas de coches con el canto del claxon también las imitan 'los otros', y en días de clásicos o finales de Champions, a lo lejos, se oyen a las masas congregadas ante alguna pantalla gigante cantar goles al modo de cuando los de Mestalla se pusieron a levantar copas. Por las mañanas es inevitable cruzarse con la canalla rumbo al colegio y observar como 2 de cada 3 acuden a clase con la mochila del Barça, el pantalón del Barça o las zapatillas del Barça. Te cruzas con niños vestidos de Messi o de Iniesta pero peinados a lo Cristiano Ronaldo cuando antes solo lucían las calvas de Fernando o las camisetas de Cláudio López. Salir a la calle es ver letreros de peñas foráneas que jamás habían existido en tu mundo.

En nuestro rinconcito polvoriento y frío en estos momentos se están jugando clásicos donde antes sólo se emulaba a Penev. Los nuestros siguen siendo 'los raros' y están en minoría, pero ya no rodeados de gente indiferente al balón, ni de rockeros trasnochados que les advierten que el fútbol es una pérdida de tiempo, ahora es el enemigo quien les arrincona diciéndoles que siguen siendo tontos por ir detrás de esos de blanco y negro. La religión se tiñó de blaugrana y predica con éxito. El chaval que hace tantos años atrás se presentó en el patio con un murciélago muerto, sin saberlo, nos estaba hablando del presente que está viviendo esta tierra. Los niños ya no tiran piedras a las ardillas, ahora cantan goles de Messi incluso en la cancha de baloncesto.

8 d’oct. 2013

Què amaga la guerra de la CN10?

La penya Yomus, el grup ultra del València CF (VCF) ha deixat formalment d'existir. Ho anunciava via twitter el passat 24 de setembre i ho corroborava al seu web - que ha eliminat tots els seus continguts - amb un text concís: “Yomus és immortal, sempre estarà present quan s'ant (sic) la veu a favor del València CF #hicSunt”. La notícia ha sorprès a bona part de l'afició valencianista, acostumats a trenta anys d'ultres a les grades de Mestalla. Però la mort de Yomus transcendeix el món dels grups d'animació i és per això que cal analitzar les causes i conseqüències d'esta decisió.

Els Yomus van nàixer l'any 1983, en un context polític molt determinat per l'agitació i la violència generada per la batalla de València. El nucli fundador era marcadament interclassista, reunia des d'elements d'extracció burgesa fins persones que fregaven la marginalitat, joves de 12 a 20 anys que ocupaven la grada de general de peu del Lluís Casanova. Els unia un visceral anticatalanisme que sovint es traduïa en violència contra les persones i les aficions que feren servir la 'quatribarrada', especialment del FC Barcelona, però també del CE Castelló i l'Hèrcules. L'estètica era molt en consonància amb les modes i subcultures dels 80, on abundaven heavys, tot i que es detecta també la presència d'uns pioners neonazis d'estètica skin, d'aquells que coincidien a la Lechería amb els primers punks de València. Fet i fet, els Yomus passaren des del blaversime sociològic cap a l'extrema dreta més radical a gran velocitat. El cap visible era Antonio Carlos Serrano “El Abogado”, ell mantenia els contactes amb una directiva que col·laborava amplament amb els ultres.

El descens a 2a divisió de 1986 no es traduirà en un retrocés de l'activitat: passaren de 150 a 300 socis i el component feixista s'accentuà, amb l'entrada de persones vinculades a Acción Radical. La infiltració d'ultradreta era una maniobra paral·lela a tot l'Estat i tenia el seu precedent a altres països europeus. A principis dels 90, l'empresari ultra José Luís Roberto “el Cojo” (actual president d'España2000), mirarà de satel·litzar els Yomus per tal d'afavorir els seus interessos polítics. Tanmateix, es troba amb l'oposició de la directiva de la penya, encapçalada llavors pel exfalangista Luis Miguel Arechavaleta “Yogui”. És per això, que Roberto reforçarà l'oposició interna de Yomus i contribuirà a l'ascens de Teo Javaloyes, contractatant-lo a Levantina de Seguridad (LdS). Així, la propaganda nazi era tan freqüent a Mestalla que el mateix entrenador Guus Hiddink, hagué d'ordenar retirar una esvàstica del gol nord. Curiosament esta actitud va ser censurada pel llavors president del VCF, Arturo Tuzón, que va declarar: “Com pot estar pendent el preparador del que succeeix a les grades? El seu treball està sobre la gespa. Em pareix una ximpleria".

L'11 d'abril de 1993, un grup de neonazis de Marxalenes assassinen el jove independentista i antifeixista Guillem Agulló i Salvador. Alguns dels criminals, entre ells l'apunyalador, Pedro Cuevas “el Ventosa”, freqüenten el gol de Yomus. Una setmana després, el VCF disputava un partit al Carlos Belmonte d'Albacete, en el transcurs del qual dos destacats membres de Yomus, Oscar Rodríguez i José Luís Zapater “Titín”, exhibirien una pancarta on es llegia “Guillem, jódete”.

La desarticulació d'Acción Radical, i el judici conseqüent, juntament amb el procés contra els assassins de Guillem, tot i les penes irrisòries, té un efecte demolidor sobre Yomus. El 1994 pateix una escissió cap a Gol Gran d'un grup encapçalat per Rafa Lahuerta “el Orejas”, descontent amb la violència i la politizació dels ultres. Per acabar-ho d'adobar, alguns membres de Yomus es troben encausats, sancionats o escampen de la primera línia. La penya ultra és a punt de desaparèixer, i així s'imposa un canvi d'estratègia. El president de la penya, Teo Javaloyes, abandona LdS i prova d'espolsar-se la influència de Roberto i l'extrema dreta per centrar-se en l'animació.

El canvi de terç serà breu, amb la desaparició de general de peu, el grup torna a entrar en crisi. En este context els més radicals, històrics de “Fan Club” recuperen protagonisme i, finalment, es desfan de Javaloyes. Amb els primers anys del nou mil·lenni els caps visibles dels Yomus tornaven a ser vells coneguts de la ultradreta, de fet mai havien marxat, parlem de gent com José Alejandro Serrador “Silla” (regidor d'España2000 a Silla, propietari de la botiga Ideal i processat per l'Operació Panzer), Vicente Esctruch “Alfarrasí”, Vicente Lloret “Chichones” (trobat mort este estiu a Xàtiva d'un tret al cap), “Titín” (lluitador de Mixed Martial Arts i propietari del gimnàs Training Unit d'Alboraia), i al capdavant d'ells, Ramón Castro “Levis”. Alguns membres de dit grup han treballat o treballen per a LdS. A finals d'esta primera dècada dels 2000, però, hi ha un pas més enllà en la politització de la penya. Un grup de joves d'estètica skin, famós per actes violents de carrer, ascendeix amb força i es fa amb el control. Es tracta del sector liderat per Joan Josep Martínez, “Joan de Benicalap”o “Cachorro”. El seu regnat és convuls i efímer, amb constants topades amb la policia, i acusacions de malversació.

La vella guàrdia de Castro recupera el control l'any 2010, mentre que Martínez serà condemnat a tres anys de presó per apunyalar un antifeixista a la zona del Cedre. Des del retorn del “Levis” hi ha un progressiu acostament amb la nova directiva de Gol Gran - grup que es situava al gol sud -. La intenció és formar una grada jove amb la unió de totes les penyes d'animació. Els contactes fructifiquen la temporada 2012/13 amb la fundació de la Curva Nord (CN10) amb 1500 seients disponibles, que es convertiran en 2400 durant el present exercici. Es tracta d'un model molt en boga a Europa, i que en el cas del VCF té un emmirallament clar en la grada interista de Milà, d'idèntic nom, els ultres de la qual estan agermanats amb Yomus. A canvi d'això, la CN10, que presidirà Paco Rausell de Gol Gran, ha d'acomplir una sèrie de requisits com ara evitar la politització i la violència. Estes condicions, malgrat ser acceptades, resultaven un tant utòpiques si atenem a l'historial delictiu dels membres de Yomus.

Els primers frecs públics apareixen el maig d'enguany quan es procedeix a l'expulsió de Yomus Girls de la Curva per utilitzar les “SS” en una pancarta. Com a conseqüència de la creixent tensió, el mes de juliol Yomus anuncia l'eixida de la CN10, malgrat que físicament continuarien a la grada jove. La caixa de trons esclataria este 21 de setembre amb la dimissió de Rausell al front del col·lectiu. Poc després renunciava la resta de la junta directiva, i tres dies més tard s'anunciava la dissolució de Yomus. La situació ha estat bastant estranya, i s'han formulat les hipòtesis més diverses. La carta de dimissió de Rausell, on parla de la seua negativa a oferir “segones oportunitats” deixa entreveure la preocupació per la tornada a la grada d'algunes persones indesitjables. Fonts consultades per L'Accent apunten un presumible retorn del “Cachorro” un cop assolit el tercer grau penitenciari.

Un retorn que tampoc seria ben vist per la vella escola de Yomus, pel caràcter incontrolat de l'individu que els va desplaçar de la direcció, i pel desfalc econòmic que va fer a la penya. A més, s'ha de tindre en compte que un destacat membre de la cúpula de Yomus podria estar controlant la venda i distribució de material de la CN10, un negoci ben suculent en risc si la grada jove quedara en perill. La dissolució de la penya podria ser una manera d'evitar problemes entre els històrics i el grup de Joan de Benicalap. Hi han altres veus que parlen d'una maniobra de colonització de la CN10 i d'un intent d'ocupar la direcció. De moment, la directiva del VCF es mostra preocupada i ha assegurat que no permetrà que la grada jove caiga en mans de persones amb antecedents penals o policials, una postura que sembla destinada a lligar en curt als Yomus.

(*) Vicent Llogodí és de Vinarós, periodista amb ample recorregut i col·laborador del la revista política L'Accent

3 d’oct. 2013

San Mamés, primera vez

Y resultó que aquéllo era San Mamés. Un recinto de grada baja, alguna, en apariencia, a medio construir. Pero ella era así de nacimiento. Un stadium tan abierto que el frío de las rías jugaba su partido a conveniencia, incluso regateándose a algún rival para quedarse cara a cara con el portero. Era la residencia del temido Athletic, ganador de dos dobletes consecutivos de liga y copa, respetado en el orbe balompédico por su empeño en instaurar una dictadura bajo su manto. Pero el escenario resultó algo decepcionante para aquellos chicos de barrio acostumbrados a jugar en un Mestalla más majestuoso, más grande y bullicioso que aquellos cuatro tablones mal colocados que la literatura se encargó de transformar en monstruosos enemigos.

A pesar de la primera decepción el asunto escondía entre sus pliegos algo especial, ese sabor a las primeras ocasiones, a reto, a esos nervios cogidos en la boca del estómago que todo lo aceleran ante un compromiso exigente. Eran tiempos de amistosos interregionales elevados a categoría de evento para que equipos como el VCF salieran de su madriguera, enfrascándose en uno de esos viajes que en 1931 conservaban sabor a aventura, prometiendo desde sus ventanillas baños de gloria a los valientes. Tres años atrás el veto de Barça y Espanyol excluyó al club de entre los fundadores de Primera División – o liga máxima como se conoció en un principio – condenándole a jugar una promoción que perdería de la forma más tonta, frenándose con ella su disparada carrera hacia la élite. Aquéllo, a modo de primera desgracia, ya nos advertía de que sí pero no.

Del equipo de pantalón negro, cabaret y alirones de los años 20 sobrevivían apenas un par de jugadores. Enrique Molina, veterano, dejó de doblarse como un plátano para asistir con el pecho. Tan harto quedó de romperse la nariz chocando con el rival que decidió convertirse en un jugador más estático, pero igual de efectivo, por orden de un físico que le impedía alcanzar la velocidad punta que tanto había entusiasmado al público no mucho tiempo atrás. Rino era el único hijo de Algirós que portaba la elástica del murciélago, y sobre ambos, se asentaba un equipo de jóvenes y aguerridos futbolistas que ganaban sus partidos como se vengan las afrentas históricas. Porque era más que fútbol, era sacar una cabeza, que a golpes, te la habían hundido en una categoría que no correspondía a la razón.

Retorciéndose como se retuerce una vieja cansada en su mecedora San Mamés cambió el gesto ante el gol de Picolín, que acto seguido, viró la vista a diestra y siniestra vigilando si Sarasqueta, quien  le persiguió por las calles de Vigo tras un partido, aprovechaba el impasse para finalizar empresas inconclusas. En una tarde de público protestón Juan Costa reventó las redes, el partido, y la paciencia, para parir el tercer gol del VCF desatando con ello una oleada de suicidios bilbaínos. Su pañuelo en la cabeza y su aspecto de huesudo fibrado dibujaban al equipo del ascenso con pintas de forajidos con calzones cortos.

Un año antes la misma troupe con dejes de asaltador había dejado plantado en Chamartín al Real Madrid, remontando una eliminatoria de copa que el colegiado nunca quiso certificar. Plantándose ahora en Bilbao para más tarde derrotar al Barça en octavos de copa, gritándoles así que habíamos llegado, a pesar de todas las trabas que los vencidos pusieron, a la fiesta final. Aquél paréntesis lo aprovechó el VCF para redefinir su identidad basándose en la lucha sin cuartel de tipos como Pepe Vilanova, capaces de responder a un «Xiquet, tú jugar de interior» de Fivber con un «Xiquet no jugar de interior» con el que defender su posición en el campo y anotar el gol que aniquilaría al los culés. En esos años de blanco y segunda no quedaron olvidadas las épicas ni las gestas que enloquecieron una ciudad que se alimentó de ellas hasta encumbrar al último en llegar.

Al subirse al tren en la estación del norte, aprovechándo el parón de enero, el ascenso era ya un trámite y aquél encuentro un premio del que disfrutar. Un estadio moldeado por el viento solo ofrecía protestas y malos modos. El gran Athletic estaba siendo vapuleado en su inexpugnable feudo por un equipo de muchachos que venían de una categoría inferior. Una escuadra acostumbrada a ganar sin perder recortó distancias con uno de esos gestos que la historia te regala para dejarte el culo torcido, poniendo en manos de Gorostiza el maquillaje al desastre con un gol y un par de internadas que dejaron ver que su destino era cambiar el norte por el este y trascender con ello.

La toma de San Mamés se antojaba ínfima con un 2-4, de marcador indecente para lo visto sobre el césped. Quizá por eso Jesús Navarro quiso escribir unas líneas más en su epopeya valenciana antes de pedir la baja y estudiar odontología. Canario él, de una técnica tan avanzada a su tiempo que el respetable no entendía que no le hiciera falta entrar al choque para robar balones, no le sirvió siquiera ser el primer valencianista de la historia en anotar un hat-trick en primera división. Su aparente parsimonia – que no era tal – no solo desesperó al mestallero medio, sus propios compañeros llegaron a amenazar con un motín si volvían a alinearlo. Todavía ignorante de los avatares que le esperaban decidió vivir el momento y marcar el quinto y definitivo tanto que confirmaba el bautismo del VCF en un Bilbao en pie de guerra.

Y resultó que aquéllo era San Mamés. La plaza que consagraría un equipo de 'xiquets de poble' recibidos con entusiasmo por una marabunta que los llevaría en hombros de la estación al club, como era costumbre en unos tiempos en los que cualquier cosa vestía ropajes de acontecimiento. El recinto de grada baja con alguna de ellas, en apariencia, a medio construir, no olvidaría esa tarde hasta alumbrar una cruenta venganza. Pero primero esperaban Les Corts y el gol de Vilanova para abrochar en oro un año que avanzó mucho de lo que vendría después. Ya todo había empezado con la primera vez en San Mamés

1 d’oct. 2013

El marketing emocional del BVB

Protagonizó una curiosa anécdota en un céntrico distrito parisino al abandonar aquél hotel ataviado con el chándal oficial en vísperas de un partido de Europa League. Un grupo de aficionados se acercaron a él para charlar y acto seguido una nube de periodistas franceses le persiguieron intentando arrancarle alguna declaración, al que suponían, era integrante del equipo alemán. «No soy jugador, soy una persona poco importante del club» dijo. A sus 43 años Carsten Cramer aparenta físico de futbolista, y su costumbre de acompañar al grupo con cómodos ropajes le ayudan a confundirse con la tropa del Dortmund. Pero a pesar de su camuflaje nunca tuvo nada que ver con el césped y el pegarle patadas a un balón. Su cometido, más bien, es sacarle dinero al esférico para poder alimentar al roster.

Desde su oficina en la quinta planta se vislumbra el Westfalen Stadion. A lo lejos, el luminoso de Signal Iduna recuerda que hace siete años se vendieron los derechos del naming por varios millones de euros. Cerca de allí, al otro lado de la pared, transpira el despacho de Hans-Joachim Watzke, CEO y alma máter del club, y un poco más allá, está la casi siempre desocupada silla del presidente Reinhard Rauball. Es la planta noble, donde reside el poder del equipo aurinegro, en la que se toman las decisiones que han sacado al club teutón de la ruina hasta situarlo en la élite del fútbol mundial. Estos tres personajes personifican el éxito empresarial germano, hasta el punto de ser conocidos como la 'super troika' por su pericia a la hora de regenerar una economía deprimida desoyendo las tesis austericidas con las que predica Bruselas.

En el BVB todo se discute y sopesa en la quinta planta cumpliendo con la máxima que gusta repetir a su consejero delegado: «aquí todos los problemas son importantes». Recientemente la entidad rechazó subir diez céntimos el precio de la cerveza que se vende en el estadio por ir contra los intereses de sus aficionados. Una medida de más calado fue rechazar un oferta de 6 millones anuales de Viagogo porque atentaba contra los valores de la marca BVB, asentados en la honestidad, el respeto al aficionado y la pasión. 'Echte Liebe' (amor verdadero) es el lema que rige en el corazón de Westfalia desde hace cinco años. «En Dortmund ni siquiera hay un hotel de cinco estrellas, no podemos aprovecharnos de la ciudad ni de la región, lo único que tenemos son nuestros aficionados» confiesa un Cramer que levantó su historia sobre esos cimientos cuando aterrizó en el club en 2008.

En el vídeo se observa como un líquido amarillo sale del brazo de los aficionados para llenar bolsas de sangre con algo llamado 'adrenalin', que vía transfusión, transmite energía a jugadores y entidad en su objetivo de regresar a la élite. Era la primera campaña con la que se daba el pistoletazo de salida a los valores que se implantaron en la nueva etapa. La intención era conectar emocionalmente a club, aficionados y patrocinadores, y acabó siendo un éxito rotundo según confesó Cramer en el Ruhr-Nachrichten hace unos meses: «Para muchas empresas el BVB no es una inversión rentable, pero les fascina todo lo que hemos sabido representar, la unión, la emoción, la pasión en el trabajo diario, la superación, el sentimiento de pertenencia... todo eso hace que acaben quedándose con nosotros».

En su escalada hacia la recuperación Watzke necesitaba encontrar una ventaja comparativa respecto a otros clubes, así que lejos de recortar gastos y cerrar grifos, decidió dirigir la inversión hacia departamentos productivos. La profesionalización finalizó con Carsten Cramer en la dirección de marketing y empezó por la ciudad deportiva, dotándola de un sofisticado sistema de scouting y captación de jugadores. «Muchos equipos cuentan con academias como la nuestra, pero ninguno tiene un sistema de captación como este, y ahí reside nuestra verdadera ventaja» dijo recientemente un orgulloso Rauball. El BVB cuenta con 10 técnicos a tiempo completo esparcidos por media Europa que ganan unos 15 mil euros mensuales, su misión es analizar hasta el último bit de información que les llega de un jugador realizando un seguimiento que va mucho más allá de sus aptitudes futbolísticas. Aspectos como la psicología, el carácter, su forma de entrenar, su adaptación a los cambios o sus hábitos personales son estudiados y seguidos minuciosamente. Es la ventaja comparativa de Watzke, la seguridad de apostar sin riesgos por un futbolista.

Con la llegada de Klopp y su 'fútbol eléctrico' se le puso rostro a la nueva filosofía de club sostenible y arraigado en su entorno mediante una imagen corporativa coherente y honesta para alcanzar el gran objetivo: Ser una empresa moderna y no dependiente económicamente de los éxitos deportivos. Desde el despacho de Cramer se ha moldeado el club en función de sus necesidades, hasta conseguir transmitir un único discurso, recorrer un único camino, y para ello ha sido vital el poder que le otorgó desde el primer día el CEO de la empresa. «El apoyo que recibo de él es fundamental, si tuviera que consultar cada decisión, cada acción y esperar que fuera aprobada esto no funcionaría y no haría de mi trabajo algo tan emocionante, la confianza que depositó desde el primer día en mi departamento ha sido vital para la transformación del BVB».

Para este munsteriano de 43 años que compra el pan todas las mañanas acompañado de su hijo de cuatro años hay una solución para cada problema. A pesar de las dificultades y los handicaps con los que cuenta el Dortmund ha conseguido que las mejores empresas del país acaben firmando con ellos. Pero su trabajo no solo se mueve entre licencias oficiales, ventas y patrocinios, el departamento de comunicación es dependiente de la jefatura de marketing, la encargada de transmitir el mensaje y abrir las puertas de la internacionalización del club. La TV oficial ya emite gran parte de su programación en inglés, y el bilingüismo está implementado en todas las acciones de la entidad, es el camino que está emprendiendo para abrirse al mundo, tanto, que próximamente sus contenidos televisivos serán ofrecidos en Oriente y Asia por plataformas digitales como Al-Jazeera Sports.

En la 'quinta planta' preparan el siguiente paso, ya que el objetivo de ser una entidad no dependiente del éxito deportivo se alcanzó durante el pasado curso. El BVB firmó en 2012 los 200 millones de euros de ingresos, y en Junio de 2013 se situó en 230, cifras llamativas teniendo en cuenta que en 2008 el club tenía dificultades para sumar los 100 millones de ingresos fijos. La mitad de las ganancias las genera el departamento de Cramer: «los ingresos comerciales del club muestran un crecimiento constante del 10%-15% anual, eso significa que la economía del Borussia está asegurada ante cualquier caída del nivel deportivo en los próximos años». Los mismos han pasado de 32 a 60 millones y los patrocinios de 38 a 57 millones en escasas cinco temporadas. Otra buena manera de medir el éxito es echarle un vistazo a las ventas de camisetas. Durante el pasado curso se alcanzaron las 350 mil unidades vendidas, por las 600 mil del Bayern de Munich, un tercio de ellas gestionadas en la renovada tienda on-line del BVB, otro de los puntos fuertes de la estrategia digital del club.

Cramer ha sabido sacar provecho de la nueva imagen de marca del Dortmund, la autenticidad y la honestidad han sido recompensados por los aficionados con confianza y 'Echte liebe'. Sin embargo el vínculo emocional con el club no es un simple dibujo sobre su mesa. Realmente es algo vivo en la ciudad. Han conseguido que los días de partido sean días de fiesta, esbozando sonrisas en el rostro de su gente, que a pesar de ser borradas por lagrimas de derrota o fracaso, siempre vuelven. La destacada labor de Cramer al frente del departamento le ha convertido en la persona más importante que trabaja en la escena del BVB, aunque en aquel momento en el que acompañó al equipo a París y salió del hotel para pasear no supiera que se convertiría en un pilar fundamental del club. «Cramer es uno de los mejores, y es nuestro» define un orgulloso Watzke. Es el ejemplo de como un buen plan de marketing puede ayudar a resucitar una entidad hundida en la miseria.
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