25 de jul. 2014

Mil formas de acabar con Palestina


Tras las gradas del Faissal Al-Husseini se perfilan grúas y una fachada mellada por la ausencia de cristal en sus cuencas, es la nueva sede de la Federación Palestina de Fútbol levantada con dinero de la FIFA, en su interior, recluido, se ve a un menudo y preocupado dirigente observar desde su ventanal el estadio que se estira a los pies de sus límites. El recinto es el otrora orgullo de los palestinos, una pequeña caja de esperanza que en su día construyó sueños con los que poder olvidar la sangre. Hoy, apenas da cobijo a un par de muchachos que intentan simular una estructura de cantera; demasiado hace que a ojos de Israel el fútbol pasó a convertirse en «objetivo militar». Jibril Rajub, el presidente de todo ello, explica desde la desesperación las sinrazones por las que el ejercito hebreo no permite levantar torres de iluminación en el Faissal, «motivos de seguridad, al parecer levantar torres de iluminación atenta contra la seguridad de Israel», en invierno, de noche, ya no corre la pelota por un estadio decorado en sus muros con las huellas del conflicto.

Fueron de sus entrañas de las que salieron el pasado mes de enero Jawar Nasser (19) y Abd Al-Raouf (17) con sus bolsas de entrenamiento arrastras, dibujando sobre el polvo de las calles goles soñados, escritos en letras de oro sobre los libros sagrados del balompié, hasta toparse con un punto de control israelí que pondría fin a todo el juego; Jawar recibió diecisiete impactos de bala en sus piernas; Abd, otros tantos además de varios más en sus brazos, una vez derribados, fueron atacados por los perros guardia y arrastrados por el suelo varios metros hasta subirlos a un convoy que les transportara al hospital de Hebrón. En apenas un instante, se truncaron esperanzas levantadas por la ilusión de un balón y la eternidad de una vida por llegar. Israel alega que escondían bombas; en sus bolsas, sin embargo, solo se encontraron botas de fútbol y camisetas sudadas. Entre vendas ensangrentadas y goteros recibieron la noticia de que no podrán volver a jugar fruto de las secuelas de un ataque del que no recibieron a modo de advertencia ni un triste 'alto.

El fútbol, prosaico en occidente, se levanta como una vía de escape en zonas en conflicto, una herramienta con la que huir del cruel entorno que les rodea subiéndose a un paréntesis momentáneo. Aunque en ocasiones, como ocurre en Cisjordania, Gaza o Iraq, éste se convierte en una pesadilla más que añadir a la colección. Ahmed – conocido como el niño Özil al portar una camiseta del citado jugador – murió tiroteado por un soldado judío mientras jugaba a la pelota a las puertas de su casa. Lejos de lo que pudiera parecer, este tipo de ataques no son hechos aislados en Palestina; los cuatro chavales masacrados recientemente por un misil en la playa de Gaza es un caso más de una interminable lista. ¿Pero por qué el fútbol está castigado con la vida en Palestina? En The Nation, Dave Zirin apunta a motivos de «visibilidad», «el deporte puede ser una importante arma nacionalista con  la que unir a la gente en favor de la causa, además de un potente foco mediático que Palestina puede utilizar para internacionalizar el conflicto y ganar simpatías en detrimento de Israel. Los palestinos quedan como simples terroristas a ojos de un occidente plegado a los intereses de Tel-Aviv, ignorantes como son de la violencia cotidiana que no muestran los mass media».

Jibril Rajub es el primer federativo que no se ha quedado de brazos cruzados ante el habitual ataque al deporte nacional; la sede que ahora se levanta tras las gradas del Faissal ve la luz gracias a que las anteriores fueron derruidas a golpe de mortero en cada incursión sionista en Cisjordania. La federación palestina, miembro de pleno derecho de la FIFA, está recabando apoyos para pedir la expulsión de Israel de dicho organismo alegando que éstos atentan contra todos los principios de igualdad, respeto, tolerancia y fair play que pregona el ente internacional. Y razones de sobra han reunido para ello. Viajar al fútbol palestino es viajar a una historia de terror, de boicots y aislamiento tallada en bilis por los sucesos que en los últimos cinco años han castigado a los integrantes del combinado nacional; muchos han desaparecido sin explicación, otros han sido tiroteados en un puesto de control o simplemente no se les permite salir de su barrio. Mahmoud Sarsak, el delantero estrella de Palestina, fue encarcelado cuando se dirigía a disputar un partido internacional con su selección. Tras tres años de reclusión sin acusación alguna, sin motivos, ni juicio, fue puesto en libertad al emprender una huelga de hambre con la que reclamó su inocencia. Solo cabe imaginar el escándalo que se desataría si las estrellas de la selección alemana fueran secuestradas o asesinadas por Francia de forma sistemática para calibrar la fuerza con la que golpea el silencio a un conflicto tan desigual.

Son estas prácticas 'disuasorias' las que les empujan a disputar sus encuentros internacionales de forma clandestina en el Líbano, privada como está Palestina de poder viajar fuera de sus confines por la costumbrista negación israelí de conceder los permisos pertinentes, un hecho, que les imposibilita a la hora de competir en torneos oficiales. El caso más sangrante ocurrió en 2010 cuando encarrilada la primera de una serie de cuatro eliminatorias que le hubieran llevado al mundial, Palestina, tuvo que renunciar a disputar el partido de vuelta ante Singapur. Unas limitaciones que se conocen muy bien en la liga domestica, incapaz desde 1998 de completar una sola jornada debido a que los equipos desplazados son recluidos en prisión durante 48 horas cada vez que pasan por un punto de control israelí; aunque el grado de crueldad aumenta a cada ataque antiterrorista. durante el cual los estadios de fútbol y las infraestructuras deportivas son de los primeros objetivos en sufrir el rigor de las bombas.

Un hecho, al menos, que no pasa desapercibido para la FIFA, gustosa en invertir a fondo perdido cientos de millones en la reconstrucción de estadios e instalaciones que apenas duran en pie un par de temporadas. Pero el verdadero detalle de la crudeza del boicot se esconde en el aeropuerto de Tel-Aviv, el punto de entrada del material que la FIFA envía a Palestina. Enormes cajas de balones, conos, ropa de entrenamiento, pizarras, libros y soportes informáticos quedan inmovilizadas hasta que alguna autoridad Palestina se presenta a pagar una extraño impuesto que Israel obliga a sufragar como vía para poder movilizar el material. Cuando la cuantía, que varía al albur del capricho, se hace impagable los funcionarios hebreos revenden el material en el mercado negro, el extraño camino desde el cual suele llegar parte de las valijas a la Federación Palestina, obligada a desembolsar por algo que le es regalado por el fondo para el desarrollo de la federación internacional de fútbol.

Unas agresiones que el comité palestino ha recopilado en un documento oficial titulado “El deporte en estado de sitio” desde el cual pretende denunciar los abusos a los que está sometida Palestina en el ámbito del balón, abusos que hace imposible que el combinado nacional siquiera progrese en el ranking FIFA y pueda mejorar sus fondos propios. Jibril Rajub, desde su edificio mellado, ya ha conseguido el apoyo de los socios árabes con asiento en Suiza para plantear la expulsión de Israel. Sabedor del silencio con el que será acogida su propuesta se muestra satisfecho porque, al menos, ha conseguido hacer visibles las atrocidades con las que están obligados a convivir sus deportistas.  Hay mil formas de acabar con Palestina, y una de ellas es a través del fútbol, la vía pacifica por la cual muchos quieren reclamar su identidad nacional aunque el precio por pegarle al balón sea recibir un tiro sin previo aviso.
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