12 de nov. 2013

Wilkes vive en 'La Pepica'


La carretera de Valencia a Sueca, que bordea la playa, se extiende entre el mar y los humeantes campos de arroz. Se suceden los enclaves costeros, donde la gente de la gran ciudad se aloja los fines de semana o durante las vacaciones de verano. En 1961 Walter, Sócrates y Coll pasaron un día de fiesta en la zona, en el camino de vuelta, el brasileño voló sobre la carretera con su nuevo coche hasta estrellarse con un camión de la Coca-Cola acabando con su vida y con los otros dos ocupantes heridos de gravedad. Hasta 1958 Antonio Puchades recorría aquella carretera todos los días para hacer el trayecto que separaba su casa de Mestalla. Por entonces conducía un Topolino, el coche de moda de aquellos tiempos, y le acompañaban también algunos compañeros de equipo, como Mañó o Sendra, el trío de un VCF suecano.

Faas Wilkes también llegó a Valencia subido en un coche. “Tenía un buen cacharro, un Seat 1400 con el signo NL de los Países Bajos en la parte trasera, ¿Verdad? Era un chico muy agradable, a menudo venía a mi casa. Me prometió su vehículo. 'Antonio', dijo, 'el día que te cases te regalaré mi coche'. Pero nunca me casé, así que me quedé sin el trasto”. Me contaba Puchades cuando visité Valencia en 2002. Puchades a sus 77 años seguía siendo un soltero de oro, hacía vida con su hermana en su modesta casa en Sueca, un museo en sí misma, repleta de trofeos, medallas, fotografías y carteles. Una doble puerta con una vidriera en su interior plasmaba la sencilla vida del jugador. En una de sus hojas Puchades aparecía vestido de futbolista, en la otra, con el lomo torcido y con los tobillos hundidos en el agua, representaba su faceta de arrocero. “Esa es mi vida, agricultor y futbolista, no hay más” me dijo cuando me sorprendió observando la escena. Aunque nunca le gustó presumir de ello fue mucho más que eso, fue una de las estrellas del VCF, quizá la más representativa de toda una época, un ejemplo de fidelidad que llevó a gala desde 1946 hasta 1958. Era la fuerza motriz, el combatiente de un grupo de luchadores que junto a su inseparable Pasieguito, un jugador más elegante y fino, construyeron un equipo que vendía muy cara la derrota.

Tonico relataba con pasión su asociación con Pasiego, sus días juntos en la selección. Su aventura en Brasil'50 y la posterior debacle ante Turquía en 1954. Pocos días antes había fallecido su amigo, víctima del Alzheimer, y se mostraba nervioso ante el hecho. El funeral le afectó y le hacía hablar de él compulsivamente. Fueron tiempos difíciles en lo sentimental, a principios de siglo varios integrantes de aquel equipo o eran víctimas de la enfermedad o ponían fin a sus días tras cumplir con la naturaleza. “¿Faas vive todavía?” preguntó desesperado en mitad de aquel paseo con charla incorporada.

En algún momento de 1953 el VCF recibió al Torino en un partido amistoso, Wilkes fue comprado casi de inmediato, cosido a base de camiones de naranjas al Valencia CF para poder arrancarlo del equipo granate. Ni su reciente operación de menisco, ni sus 29 años, fueron impedimento para la contratación. En su primera temporada Wilkes jugó 28 partidos y anotó 18 goles. Un año después, en la 54-55, sumó 11 goles en 19 partidos y abandonó el club con 9 dianas en 15 encuentros. En todos jugó los 90 minutos, sin sustituciones, sin lesiones, Faas participaba poco, pero siempre al 100%. Era el cerebro del equipo, el desequilibrio. El VCF de entonces usaba la famosa WM con Timor en la portería. Tras él, los centrales eran cosa de Sócrates, Quincoces II y Monzó. Más allá era terreno de Puchades y Pasieguito. Como volantes ofensivos Buqué y Fuertes, en la derecha Seguí y en la izquierda Mañó para dejar solo en punta a Wilkes como delantero centro.

“Faas era el mejor regateador que he visto en mi vida. Parecía un malabarista. Era muy difícil quitarle el balón. Llevaba la pelota cosida a la bota, le gustaba mucho driblar y disparar, pero nunca fue un gran goleador. La gente se lo pasaba bien viéndole jugar, venían al estadio solo para ver a Wilkes. Vino como una estrella, pero era humilde, nunca presumió de nada, era un chico que se dejaba querer y un gran bromista. Él no pensaba solo en jugar al fútbol también se veía en la obligación de entretener. Muchas veces nos juntábamos medio equipo en mi casa de El Perelló, hacíamos paella y jugábamos al fútbol en la playa, ya en la arena era igual que en el césped, imposible de parar. Durante un viaje intenté tomarme un coñac con él, pero ni siquiera se lo ponía en los labios, él solo bebía agua”. En aquella España de los años 50 los viajes eran mucho más que largos, durante los maratones por carretera la única manera de conciliar el sueño que encontraban los jugadores era recurrir al alcohol o a los somníferos. Un pequeño autobús, un viejo Leyland, era el encargado de transportarlos hasta La Coruña (952 kilómetros en las modernas carreteras de hoy en día) Bilbao (740 KM) o Sevilla (650 KM). Los viajes empezaban los viernes, tras la cena de grupo, y se alargaban hasta 20 horas por carreteras estrechas y polvorientas. Los equipos cuando jugaban fuera de casa ya saltaban al terreno de juego derrotados por el viaje.

Durante un verano, hace más de medio siglo, vagó Ernest Hemingway por España. La Guerra Civil que había cubierto y que tanto prestigio le dio había terminado, ahora era un escritor afamado, amante del Daiquiri, los toros y la buena vida. En su libro The Dangerous Summer relató su paso por aquella Valencia en blanco y negro de tartanas y tranvías. Sus cenas opulentas en 'La Pepica' eran detalladas con todo lujo de detalles sin faltar rimbombantes elogios a sus arroces y pescados. La cita aparece reproducida en gran formato en una de las paredes del restaurante junto a una gran foto de Hemingway ocupando una de las mesas que solía usar durante sus estancias en Valencia. Haciéndole compañía, cuelgan infinidad de imágenes de personajes ilustres. En una de ellas se ve un cuarteto singular, está fechada en diciembre de 1958 y aparecen Llona, Vilves, Wilkes, Walter y Losco. Es una imagen de su último año en la ciudad, cuando jugaba en el Levante UD, y también es la última vez que vería a Walter antes de su muerte.

En otra de las fotografías se ve a Wilkes solo en una mesa, servido por un sonriente camarero. “Ese es Pepín Balaguer, mi tío. Cuando nos sentábamos en la mesa en familia solo se escuchaban anécdotas maravillosas sobre Faas. Eran buenos amigos, aunque a Pepín no le pareció gran cosa en un primer momento”. ¿Por qué no? “Bueno, habían algunos chicos en la playa jugando al fútbol cuando el balón cayó en la mesa de Wilkes. Acababa de ser fichado, no había jugado ningún partido todavía. Faas cogió la pelota con las manos y la lanzó de nuevo a los chavales. Mi tío tenia miedo de que estuviera cojo, como se había publicado por entonces. Él creía que un jugador si está bien siempre devuelve una pelota con el pie. !Qué malo! dijo cuando se fue Wilkes”. Recordaba Juan Balaguer Fos en aquel verano de la liga de Benítez. Ahora, el muchacho que correteaba por aquellas estancias guardando recortes de prensa de Faas y soñando con ser un futbolista holandés, es uno de los dueños de 'La Pepica'. Bastaron un par de partidos para cambiarle la opinión a su tío. “No había mejor jugador que Wilkes, era todo para él”. Pepín Balaguer, nieto del fundador, murió en 1996, pero el recuerdo de Faas siguió vivo hasta la muerte del futbolista “todos los años nos envía una carta por navidad”. Esas fotos son casi el único vestigio que queda de él en Valencia, puesto que apenas volvió un par de veces tras su marcha en 1958.

En otro otoño caluroso de 1898, de 27 grados a la sombra, abría sus puertas en la playa de la Malvarosa 'La Pepica', un espacio amplio con una gran terraza. Junto a él, en el paseo de Neptuno, en el antiguo barrio de pescadores, otros treinta restaurantes, todos en fila, hacían cola junto al mar. Es el único de ellos que sobrevive al paso del tiempo. Para Wilkes 'La Pepica' era mucho más que un restaurante. Juan Fos me lo recordaba así: “El vivía aquí con su esposa y sus dos hijos. En aquellos tiempos también éramos hotel y alquilábamos habitaciones. El niño le daba mucha faena, era un poco travieso a veces. Tiempo después se trasladaron a un apartamento al lado de la plaza, en una planta baja”. El tranvía de la Malvarrosa tenía su punto final justo en frente de 'La Pepica', el otro extremo de la línea finalizaba en el campo de Vallejo, donde jugaba sus partidos el Levante UD. Así que se convirtió pronto en un punto de reunión para futbolistas.

En otra pared, todavía más grande, cuelga una fotografía del holandés. En realidad no es una imagen, es una doble página enmarcada de una revista holandesa. La Revue Panorama. Entre grandes titulares repasan la carrera de Wilkes en estampas a color ilustrándolas el jugador con las diferentes camisetas que defendió durante su carrera, acompañadas de una pequeña descripción: “Faas Wilkes jugó en no menos de ocho clubes. Comenzó su gloriosa carrera en Rotterdam. Sin embargo fue vendido al Jerjes, siguiendo el Inter de Milán, Torino, Valencia, Levante y finalmente el Fortuna. Además de defender los colores de la selección nacional”. Juan Fos quedó profundamente impresionado por la figura de Wilkes, tanto en el campo como en el restaurante, cuando lo regentaban sus padres y sus tíos. “Soy del 45, así que vi jugar a Wilkes cuando apenas tenía 10 años. Cuando eres niño los jugadores te impresionan más, de mayor ya te interesan menos. El primer equipo de fútbol que durmió aquí fue el Millonarios de Bogotá, con Alfredo Di Stefano”.

La figura del Real Madrid que con anterioridad había sido fichado por el Barcelona, pero que gracias a un truco administrativo que se sacó de la manga el régimen franquista, acabó en el Bernabéu. La respuesta de los catalanes fue contratar a Kubala. Con Faas en el VCF la liga española veía en sus campos corretear a los tres mejores jugadores del mundo. Puede que por eso Wilkes no consiguiera ganar ningún gran torneo en su estancia valenciana. Para los más veteranos hay una jugada protagonizada por el holandés que jamás borrarán de sus recuerdos. Fue uno de los mejores partidos de Wilkes, ante el Barça, y su víctima se llamaba Kubala. Hizo malabares con el balón en los pies hasta dejar sentado al jugador húngaro para desaparecer rumbo a la portería. Despertando un estruendo que todavía resuena en Mestalla si se sabe afinar bien el oído.

En el único gran título que ganarían los valencianos no participó por el veto del régimen sobre los jugadores extranjeros en el torneo de copa. Aquello provocó diversos dolores de cabeza al entrenador que tuvo que rehacer el equipo una y otra vez para suplir una baja tan importante, encontrando finalmente en Badenes el punta que equilibraría al equipo para sobreponerse y conseguir vencer al Barcelona por 3-0 en la final, resarciéndose así de la derrota en el duelo por la liga. A pesar de todo, la impronta del jugador era tan grande que el holandés, perplejo, no entendía nada: “Con Wilkes Valencia perdió la liga, sin Wilkes Valencia ganó la copa... entonces ¿por qué me quieren tanto?” Tanto le querían que se planeó jugar un amistoso en su despedida y acabaron disputándose cuatro por la demanda del público. Antes de abandonar el restaurante el señor Fos me advirtió de algo: “Una de las historias que circulaban por entonces es que Wilkes y Fuertes no se podían ni ver. Creo que no es cierto, pero mejor pregúntale a Fuertes”.

Me topé con Tonin Fuertes en el local que frecuentaban los veteranos del VCF, frente al estadio de Mestalla. Solía juntarse con una veintena de exjugadores de diferentes épocas los sábados por la mañana a la hora del desayuno. Algo fuerte, le gustaba iniciar el día con unos buenos callos. Cuando le pregunté sobre su presunta enemistad con Wilkes fue tajante: “Eso es mentira. Todo el mundo tiene algo, pero nuestra amistad era grande”. Para demostrarlo, y a pesar que por entonces ya sumaba 80 años de edad, tiró de memoria contando algunas anécdotas. En la primera de ellas relató como Faas le defendió ante el entrenador durante la Pequeña Copa del Mundo jugada en Caracas, al negarse a cumplir con unas indicaciones recibió durante el descanso la orden de vestirse, quedando fuera del equipo. Wilkes se levantó para responsabilizarse él mismo de que Fuertes no hubiera acometido su misión. Tras aquello el equipo acabó remontando el partido para finalizar con un contundente 4-1.

Wilkes era popular, aunque un poco tacaño, dicen en 'La Pepica', pero un gran colega. Incluso cunado se trataba de dinero. Fuertes también asistió al funeral de Pasieguito y andaba indignado tras aquello. Los periódicos solo sacaban fotos del fallecido junto a Puchades y Kempes, no era nombrados otros exjugadores, ni eran mencionados sus méritos como entrenador. Fuertes no aparecía en ninguna de aquellas historias. Su enfado en la mesa hablando del funeral de Pasiego, recordando que gracias a él pasó media vida en el VCF, subió tanto de tono que tuvo que ser invitado por el presidente de los veteranos a calmarse. Un Fuertes más entrañable habló entonces de Wilkes: “Era el mejor regateador del mundo, y también el más elegante. Muchas veces ves a un futbolista hacer un regate con la cabeza enfocada al suelo o empujando con el brazo al contrario. Faas, no. Te miraba a los ojos, se iba de uno, de dos, de tres... Para fastidiarle en muchos campos encharcaban las áreas y no le gustaba nada, le molestaba, y nos cambiábamos la posición para que no sufriera el equipo. Sin duda, tras él, no hemos tenido otro mejor”.

La llegada de Wilkes llevó al club a tomar la decisión de ampliar Mestalla. La gente solo iba al campo para verle a él, llenando las gradas de pañuelos blancos a cada regate de fantasía que realizaba o a cada gol que anotaba. De aquellos regates nació el 'Gran Mestalla', para ver a la cintura del holandés quebrando contrarios. Fuertes se quejaba de que por culpa de Faas a ellos les dejaron a deber las fichas cobrándolas a 10 años ya que no podían financiar el estadio y pagar a los jugadores al mismo tiempo. La fiebre por ganar dinero con los malabares del holandés puso a la entidad al borde del abismo económico. “Y ni siquiera tiene una grada que lleve su nombre” como se quejó Fuertes. En 'La Pepica' residen los únicos recuerdos que quedan en Valencia de Wilkes. En sus cerradas habitaciones todavía perduran los muebles y algunos objetos personales que el jugador donó a la casa cuando volvió a Holanda. Sus fotografías en la pared van avejentándose conforme el recuerdo de los pocos que lo vieron jugar abandona este mundo. Durante aquellos meses en los que recorrí la ciudad en busca del legado de Faas todos preguntaban lo mismo '¿Cómo está Wilkes?, ¿todavía vive?' hoy, once años después, ninguno de ellos está ya entre nosotros.

(*) Edwin Winkels es periodista y colabora con la revista Hard Grass además de ser uno de los grandes estudiosos de la figura de Faas Wilkes y su impacto en el fútbol holandés. En 2002 viajó a Valencia en busca del legado del jugador en la capital valenciana.

4 comentaris:

Anònim ha dit...

Por mi edad, no he visto jugar a Wilkes, pero mi padre sí, y siempre me ha contado que es el mejor jugador que ha visto jugar en el Valencia. Por la variedad de su repertorio, cierto es, que no era muy sacrificado defendiendo, pero cuando le llegaba el balón a sus pies era un auténtico vendaval.

Según me cuenta, su carisma y personalidad es sólo comparable con la del astro argentino Kempes.

Sus quiebros y fintas permanecen a buen recaudo en la vieja memoria de Mestalla.

PEPELU.

THB ha dit...

Lástima que viniera tan viejete. Y lástima también que Quincoces se fuera como entrenador justo cuando aquel equipo alcanzó la madurez plena ganando la copa. Era una oportunidad para gestar un entrenador de 10 o 20 años, pero entre que ya empezaba a sentirse enfermo y que le entró miedo de que por ganar la copa le exigieran más se acojonó y se fue.

Anònim ha dit...

Chulísimo!!

Wilkes efectivamente vivía en La Pepica. Mi madre de niña en aquellos años 50 veraneaba en Benicassim, en un pueblecito de Teruel y en La Malvarrosa a escasos metros de donde residía Wilkes que era el gran ídolo del VCF y que llenaba Mestalla domingo a domingo.

Se decía que en España estaban los tres mejores jugadores (era antes de la aparición de Pelé en Suecia 1958) del momento Di Stefano, Kubala y Faas Wilkes.

La familia de Wilkes acabó regentando una tienda en un hotel de Holanda...no me imagino yo a Cristiano con una tiendecilla dentro de 30 años, la verdad.

Yo a Wilkes sólo lo ví en persona una vez y fue en Mestalla en un homenaje que se le hizo en la época de Arturo Tuzón.

Anònim ha dit...

Tras un partido memorable ante el Racing de Santander lo esperaron una muchedumbre a las puertas de Mestalla y lo llevó a hombros hasta la pepica.

No sé por qué ni cuándo se perdió aquella costumbre de llevar a hombros a los jugadores a los sitios, pero es una muestra del cambio del respeto que se les tenía y el agradecimiento que se les profesaba entonces y el desprecio y la indiferencia que generan ahora imbuidos en ese fútbol moderno que los ha alejado no solo de la gente, sino también de la realidad.

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