11 de febr. 2014

El niño que se imaginó el VCF

Aquello era pura rutina. Salir corriendo un domingo por la tarde con la panza llena, y aún con las ganas en plena capitulación, para aferrarse al transistor y poder escuchar la jornada liguera. Un ritual que no es ajeno a ninguna latitud, por eso, éste, aunque suene a cosa local, era un ritual lejano, mantenido en plenos calores norteafricanos, entre la tibieza de un fútbol marroquí viviendo ese momento incipiente que parecía traerlo todo pero que pasó de largo sin dejar nada por el camino, ni siquiera un adiós. Entre cautivadora y decadente, Fez vive dividida por el MAS y el WAZ, el Fla-Flu africano, que a diferencia del brasilero enfrenta a uno que lo fue todo y a otro que lo pudo ser y nunca se atrevió. Entre esa división desigual vivían dos hermanos, que dicha tarde, se sentaron ante el aparato para saber del balón y sus cosas y que entre giros de ruedecilla y movimientos de antena acabaron descubriendo un mundo nuevo en blanco y negro, un mundo lleno de abuelas de Rinaldi con los coglioni colgándoles de los bajos.

Debió ser cosa de un repetidor disparado en Ceuta, puede que ayudado desde Melilla, o de una antena pirata en Tetúan, la cosa es “que intentando mejorar la señal acabamos sintonizando la radio española” narra Alem. Aquellos dos enanos de medio metro se quedaron enganchados a aquellas voces  extrañas que hablaban en raro idioma, aunque familiar a los oídos de un enclave como ese. Cautivados por la sobriedad de las retransmisiones noventeras, en detrimento de la estridente narración árabe, se quedaron allí, repitiendo de vez en cuando aquella experiencia de sintonizar voces lejanas que hablaban de otro fútbol, de otras peripecias, con la que ir captando y aprendiendo alguna que otra palabra gracias a la similitud de muchas de ellas con el francés. Como la vida misma en este mundo, aquel accidente acabó desarrollando complejidades nuevas. Magrebíes de 7 u 8 años aprendiendo castellano a través de la radio, niños sin militancia definida descubriendo un fútbol lejano y desconocido que tenían que imaginar, y que de tanto imaginar, acabaron por enamorarse de él.

“En 1997 apareció el VCF, un equipo que nunca pierde en su casa, con características extraordinarias, que nunca se rinde, que de la vuelta a los partidos ya dados por perdidos en un cuarto de hora... caímos enamorados nosotros dos”.  Y más cuando el poder de la mente les llevó a construir épicas inenarrables, erigiendo el gol de Mendieta en San Mamés en obra de arte que cuelga del Louvre; las remontadas y las series ante el Barça disputándose en el corazón de las Termópilas. Lo más sorprendente de este asunto, es que a diferencia de lo que pasa en otros lugares, aquella señal no llegaba procedente de Radio Exterior de España, una especie de canal internacional de RNE, sino de Onda Cero y su butanito, lo que hace más sorprendente que dos chavales a tan temprana edad acabaran contagiados con la fiebre blanquinegra en lugar de quedarse en La Castellana, o acabar como acaban todos en el mundo árabe, infectados 'pels valors' del Barça. Máxime en un Marruecos que se echa a la calle cada vez que a los del Camp Nou les da por ganar algo; que últimamente es siempre.

A través de la radio se narraban partidos, pero no los detalles del escenario. Alem creció en esta militancia sin saber siquiera el color de la camiseta que vestía el VCF, ni las caras de los jugadores, ni la arquitectura de un Mestalla retorcido por sus años de fútbol y vivencias. Apenas le llegaban gotas de realidad. Conociendo a través de un aparato la mejor de las adhesiones, aquella que no necesita colorantes, las vividas con el desgarro del querer saber y no tener más que unos minutos pintados con la imaginación de un chaval. Pura fe. Tuvieron que pasar años hasta que la televisión marroquí escupió un partido valencianista, y no pudo ser otro mejor que aquella Super Copa de 1999 con un 3-3 final en feudo culé. El choque cromático debió alcanzar una magnitud similar a los triunfos imposibles de aquel equipo; descubrió que Mendieta era rubio, que Cláudio López tenía pinta de haberse escapado de un farwest de Clint Eastwood, y que esos, lejos de parar en su conquista no habían hecho más que comenzar en ella.

Aquella tarde perdida en el tiempo, en la que trastear con una ruedecilla y una antena de un vetusto aparato de radio, acabó influenciando las vidas de aquellos dos petanos. Alem, gracias a 'sus clases radiofónicas de castellano' eligió la carrera de filología hispánica, además de ser una de las llamas que mantiene viva la fe del VCF en el mundo árabe, como ya contamos aquí. Aquel chaval que pasaba las tardes del domingo pegado a las mamarrachadas de José María García en Onda Cero se pasea ahora por los emiratos o por cualquier otro país vestido del Valencia, reuniendo en algún lugar a un grupo de militantes locales para pegarles juntos cuatro patadas a un balón y seguir difundiendo por la red las desventuras de una institución atrapada en su propia decadencia. Al final, tendremos algo que agradecerle a Madrid, que nos regalara a través de las ondas un pilar más con el que sustentar este invento hoy tan golpeado.

2 comentaris:

Unknown ha dit...

Gran reportaje. Fantástica historia. Enhorabuena i Amunt!!

Nawarowski ha dit...

espectacular

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