19 de febr. 2014

El Dynamo también lucha en la calle

Luce como una bola negra cubierta de hielo a la que le crecen estalactitas hasta alcanzar la forma de un puercoespín gigantesco. La estatua de Lobanovsky, a escasos metros del viejo estadio del Dynamo Kiev, ha sufrido los rigores de la revuelta ucraniana como si fuera un manifestante más. No demasiado lejos de allí, esa especie de complejo con columnas romanas que dan acceso al viejo recinto, bautizado con el nombre del orondo técnico, también ha sido pintado por ese barro negruzco en el que se ha convertido la nieve al mezclarse con las cenizas, el polvo, la gasolina y la sangre que todo lo envuelve. A sus puertas tuvo lugar una de las 'batallas' más espectaculares que han visto las calles de la capital ucraniana desde que la oposición y la ciudadanía las tomaran exigiendo la dimisión del presidente. Al este del país, en el corazón de la región de mayoría rusófona, los Ultras del Shakhtar llamaron a los suyos a luchar contra el gobierno de Yanukóvich; natural de Donetsk, aficionado al club minero y sustentado económicamente por Akhmetov, el hombre más rico de la nación y propietario del campeón ucraniano. Son de los pocos aficionados que se han posicionado abiertamente a favor de la oposición. Y de rebote, han desafiado también a su propio dirigente futbolístico. El resto de grupos Ultras han salido a la calle con el propósito de proteger a los ciudadanos de los ataques de los Titushky; una milicia política afín al partido en el poder y compuesta por matones y cachorrillos de las corruptas oligarquias del país.

«No luchamos en favor de la oposición, ni en contra del gobierno, ni contra Rusia ni a favor de Europa, luchamos por nuestra ciudad, por sus gentes, contra esos traidores de los Titushky que por 100 euros han vendido a su patria, a sus ciudadanos y a su propio honor» rezaba el comunicado que los White Boys - los Ultras del Dynamo - colgaron en su página de Vkontak - el facebook ruso- el pasado 21 de enero. La fecha elegida para su publicación no fue por casualidad, ese mismo día el parlamento ucraniano aprobaba las leyes que coartan la libertad de expresión y de manifestación, el recurso postrero de un gobierno derrotado que busca desesperadamente frenar las revueltas. A cambio, Euromaidan - el nombre que recibe el movimiento opositor tomado de la Plaza Maidan, núcleo de las manifestaciones - les agradece su ayuda vendiéndoles como héroes: «Siempre creímos que eran animales, criminales, pero han demostrado ser personas de valor, ucranianos de verdad» soltó algún enfervorecido líder revolucionario. Su salida a las calles ha ayudado a cambiar la imagen que tenía la sociedad ucraniana de los Ultras del fútbol. Los problemas de violencia, racismo y delincuencia que han copado los titulares de prensa en los últimos tiempos han dejado paso a unos nuevos referentes populares. Los Ultras ucranianos ya se mostraron contrarios a la Eurocopa de 2012. Jamás acudieron a ningún encuentro. La temida violencia en las gradas que vendió la BBC en un documental fue puro alarmismo injustificado. A ellos, no les interesaba lo más mínimo un espectáculo montado para enriquecer, aún más, a las élites económicas.

El sociólogo David McArdle, especialista en el fútbol del este, apunta a las verdaderas motivaciones de los Ultras en esta defensa ciudadana: «Más que un papel político y conciliador lo que están haciendo es luchar por defender su trozo de pastel. Los Titushky son hooligans políticos al servicio de las mafias y las oligarquías locales que amenazan con desplazar a los Ultras del fútbol de su espacio tradicional. Además, aprovechan para vengarse del estado, de la policía y de los cuerpos de seguridad con los que llevan años enfrentados y con varias cuentas pendientes». Los Titushky son el salvoconducto desesperado de un ejecutivo acorralado, ya que éstos pueden ir más allá de lo que les está permitido a las fuerzas del orden. Atacan a los manifestantes con cuchillos, con cadenas y piedras, utilizan la violencia extrema hasta el punto de practicar el secuestro y la tortura de caudillos revolucionarios. Por eso la participación de los Ultras del Dynamo y del resto de clubes está siendo tan bien recibida.

«Luchamos por un país en el que las palabras Justicia y Derechos no sean palabras huecas» reza una de las proclamas de los aficionados del Karpaty Lviv. La población ucraniana tenía la ilusión de que la entrada en la UE cambiaría las formas, que acabaría con un estado corrupto, con una democracia teatral dirigida en la sombra por unas grandes fortunas que desde su posición en el consejo de estado marcan la política del gobierno gracias a su poder y a la cantidad de votos dirigidos que proporcionan estos sabios millonarios a las castas políticas. Por eso, que el primer ministro rompiera las negociaciones con Bruselas para la incursión de Ucrania en la Unión – las condiciones de los 25 eran contrarias al modo de vida de las oligarquías locales – enfureció a una población que lleva desde la revolución naranja de 2004 demandando una ruptura total con Moscú.

Los White Boys - la palabra blanco es usada por su doble sentido racial - no son famosos por sus valores democráticos ni por su tolerancia, pero su participación está siendo importante en la defensa de Kiev. Éstos han conseguido parar centenares de autobuses llegados de otros puntos del país, e incluso desde Rusia, repletos de Titushky. En los escenarios apocalípticos que nos muestran las imágenes se pueden ver las palabras 'Ultras' pintadas con spray de color naranja, verde o blanco (Shakhtar, Karpaty o Dynamo) y suelen aparecer entre vehículos devorados por las llamas, en edificios tomados con todo su cascarón destrozado por las escaramuzas y en algunas de las barricadas que se han levantado a modo de fortificación.

Petro Poroshenko - el rey del chocolate, dueño una de las mayores lácteas de Europa - es el único oligarca que se ha mostrado partidario del Maidan. Y no es el primero en posicionarse a favor de una revuelta. En el pasado, fueron otros los que abandonaron la causa rusófona para dar cobijo a la oposición de ascendencia ucraniana, como hiciera Alexander Yaroslavsky – dueño del Metalist – en 2004 para caer en desgracia una vez Yulia Timoshenko fue apartada del poder y secuestrada por el estado bajo cientos de acusaciones; la mayoría de ellas falsas. Mientras la joven dirigente estuvo al frente del gobierno el oligarca medró hasta convertirse en el rey de Kharkov, una región que controla como un dictador con el visto bueno del estado; como suele ocurrir con sus compañeros de fortuna, convertidos en pequeños reyes de taifas que marcan la ley en los territorios donde residen. La resistencia de Yanukóvich tiene su porqué en el sustento que le dieron en el pasado oligarcas como Ihor Surkis – dueño del Dynamo – y Rinat Akhmetov – dueño del Shakhtar – y las élites del país, de clara tendencia pro-rusa.

Es común que en Ucrania el balón y la política vayan de la mano. La evolución de la clasificación liguera siempre ha coincidido con la fluctuación de la influencia de sus propietarios en las esferas de poder. En 2010 Surkis llegó al punto de presionar a la Federación para que le restaran 9 puntos al Metalist del caído en desgracia Yaroslavsky y poder así mantener el orden natural de las cosas, evitando que el Dynamo perdiera su segunda plaza en la clasificación. El club de Kharkov llevaba 7 años consecutivos quedando tercero, los mismos que lleva el Dnipro siendo cuarto; hasta que el club fue vendido - en extrañas circunstancias - a Kurtschenko, oligarca muy próximo a Yanukóvich, para acceder al subcampeonato casi de forma automática. la alternancia en el primer lugar dejó de tener sentido una vez el mandatario llegó al poder en 2009. Son famosas las historias de cómo clubes con propietarios dependientes – socios y hombres de paja – nunca suman puntos cuando se enfrentan a los tres grandes. Particularmente llamativas son las constantes y eternas derrotas que sufren el Arsenal Kiev y Metalurg Donetsk en sus respectivos derbys ciudadanos. En Ucrania siempre giró todo alrededor de los oligarcas, por eso la salida a Europa fue vista por la ciudadanía como un salvavidas al que aferrarse.

Alguien cubrió la estatua de Lobanovsky con una lona negra para protegerla de los altercados, pero nadie se acordó de quitarle el hielo de encima dejándola evolucionar hacia un puercoespín gigantesco. El bueno de 'Loba' tiene que ver entre cócteles molotov y cargas policiales las banderas blancas de los Ultras, que un día le veneraron en el estadio, reforzando la retaguardia de las protestas. A pesar de que empiezan a circular rumores de desapariciones sonadas de esta clase de hinchas – presuntamente los cabecillas de los Ultras del Metalist llevan un mes en paradero desconocido – siguen en las calles luchando contra los Titushky y las fuerzas del estado. Pero a pesar de todo se muestran orgullosos con el cambio 'de estatus' que han sufrido de cara a la sociedad: «Nunca tuvimos buena imagen. Puede que no nos dure siempre, pero es un motivo de orgullo que nos traten como héroes». Mientras los aficionados del Dynamo luchan en la calle el propietario del club sigue trabajando para Rusia apuntalando la resistencia de Yanukóvich. 

1 comentari:

Noé Hernández ha dit...

En una difícil encrucijada se encuentra el pueblo ucraniano, ya que su esperenza es la UE, que cómo ya estamos comprobando los europeos es una herramienta al servicio de la ambición neoliberal e imperialista. Vamos, que los ucranianos lo que se están jugando ahora es estar bajo las directrices de Moscú, o las de Berlín. Si bien muchos ciudadanos de allí han aprovechado ésta circunstancia para protestar por estas cuestiones, el movimiento es liderado por el partido de ultraderecha Svoboda, por lo que no me generan demasiada simpatía dichas movilizaciones (que ya se han convertido en una Guerra Civil por desgracia).

Deportivamente hablando ya (que ojalá fuera lo único que tuviéramos que hablar en la previa), confío en la clasificación. Al menos el Dinamo no tendrá hoy el factor ambiente.

Saludos.

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