14 de gen. 2014

Acuérdense de Pablo Piatti

El Messi de los pobres, lo llamó alguno. Puede que le calzara mejor otro apelativo, puesto que nunca demostró ser nada del otro mundo en un campo de fútbol portando la elástica blanquinegra. Pero fuera de él ha dibujado trazos, finas pinceladas difíciles de apreciar en la vorágine, que le han servido para ganarse el respeto, quizá no de todos, pero sí de muchos. Hay que decir que tampoco tuvo demasiada suerte, cuando el verde le hizo un llama-cuelga para contarle que le daba vía libre hacia la élite se rompió el brazo al caerse de una chilena en una Ciudad Deportiva abrasada por los calores de la pretemporada, cansada de verle hacer méritos para iniciar un año que era su año. Luego, nos visitó el caos, y a él, un matasanos de los de verdad. El duendecillo de La Plata llegó con el propósito de convertirse en un especialista, en un aprovechador de los espacios libres que suelen esconder las espaldas de los defensores, pero la montaña rusa en la que se sumió el banquillo del club fue cerrándole las puertas por orden de unos dominadores de partidos que demostraron ser incapaces de dominar su propio discurso.

Piatti, especialmente Piatti, ha sido el que más ha sufrido la eterna indefinición de un roster que va y viene como van y vienen las hojas arrastradas por la brisa otoñal. Ahora para allá, después para acá... hoy a tres toques, mañana a cincuenta y seis. Es difícil, al verle corretear por ahí, no pensar que su estatura le penaliza. En demasiadas ocasiones merienda caderas de contrarios, convertidas ya en agresivas bolas de demolición que le envían al suelo con un simple gesto. Si vistiera el verde, sería complicado no confundirlo con un Hobbit vagando por La Tierra Media. Ese es su rasgo más destacado, no desfallecer, seguir intentándolo. Lo hinchan a patadas, se pasa el día besando la lona, pero una y otra vez vuelve, hasta el punto de colarse entre gigantes y meter goles de cabeza. Eso sí merece un Balón de Oro. Este año ha sido especialmente duro para él, denigrante incluso. Ha tenido motivos para rendirse, para dejarlo todo, para llevar al club a los tribunales, para declarar una intifada y convertir Paterna en la Franja de Gaza. Pero prefirió ponerse a trabajar para acallar a sus defenestradores, a ponerle guitarrita y sombrero al mal tiempo.

Del petiso y su negativa a dejar el equipo este verano se pueden decir muchas cosas, pero cada cual es libre de defender su contrato como estime oportuno, que es su carrera en definitiva. El jugador puede considerar, aunque desde fuera pocas veces se tengan en cuenta estos aspectos, que vale más jugar aquí esporádicamente que ser titular en cualquier equipucho de la estepa ucraniana. Piatti ha sabido resistir, y eso, en fútbol, es vencer. Se puede creer que la actitud profesional, ejemplarizante incluso, mostrada por el futbolista se tiene que presuponer, venir de serie, pero somos ya todos mayorcitos para entender que en un deporte de niños grandes, y egos gigantescos, eso no es así. Cualquier otro hubiera incendiado Troya si le quitan el dorsal, le amenazan con rebajarle la ficha o le sueltan en un off the record que lo pondrán a vender coca-colas.

Pablo prefirió mostrar un perfil bajo, el que le daba el trabajo diario y una fe ciega en sus posibilidades. A este no le han hecho falta cambios de entrenadores, ni llegadas de preparadores físicos 'molones', para empezar a correr lo que no ha corrido en años. Con unos y con otros dio siempre todo lo que tenía, y un poquito más, siendo el único en saber interpretar, las para muchos, encriptadas ordenes de Djukic. Ah, pero la fortuna... le falló la fortuna, de haberle mirado con más gracia le hubiera regalado un par de goles y alguna jugada con mejor final, para un mayor reconocimiento. Porque al género humano le gusta regodearse en la desgracia, dejando para la intimidad del ser los aspectos positivos de la vida. Si el argentino se hubiera convertido en un jugador rebelde hubieran corrido ríos de tinta para denunciar sus malas formas, llenando carretas de insultos, desprecios y denuncias quejándose de su actitud. Sin embargo, cuando un profesional decide dignificar el significado de esa palabra, se le ignora. Y ese positivismo reaccionario que entonó Piatti bien merece un aplauso continuado. Lo tuvo todo para echarse a perder y convertirse en una manzana podrida, pero no quiso hacer uso de los ingredientes que le pusieron sobre la mesa, le iba más demostrar con trabajo que se equivocaban con él. Sin levantar la voz, sin ir de divo por la vida, ha conseguido revertir una situación de la que muy pocos saben salir indemnes. Cuando se topen con una pataleta de dimensiones siderales, acuérdense de Pablo Piatti, del chico que prefirió agachar la cabeza y hablar en el campo.
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