26 de nov. 2013

Sósó no es así

Al ritmo que las notas del himno argelino hacían vibrar la atmósfera las lágrimas inundaban el rostro de Sósó, situado en pleno centro del campo, a la espera de que un flacucho colegiado oficialice a golpe de silbato su debut en la gran competición internacional. En ese instante todo adquirió significado. Eran unas lágrimas que venían gestándose tiempo atrás, desde el mismo momento en el que renunció a la selección francesa como vía para honrar a sus padres, huidos de una caótica Argelia y aterrizados junto a sus bártulos en los suburbios de París, cuyas calles, alimentaron con su cultura underground al joven Feghouli. Defender los intereses de los 'zorros del desierto' era, es, mucho más que un acontecimiento deportivo. Era, y es, el homenaje a una familia que conoció el frío del invierno colándose con sigilo por las grietas de su hogar. Todos esos pasajes recorrían atrapados en burbujas de sal el semblante del jugador, era el homenaje final a unos progenitores arrancados de sus raíces.

Ya en su primer pisar por Argel acabó con el rígido rictus que los internacionales acostumbran a ofrecer a sus hinchas, dejando tirados a los medios presentes para gastar una hora de su vida en atender a los pocos mortales que se habían dado cita en la terminal del aeropuerto. Fue su carta de presentación en un país que suele desconocer a sus estrellas emergentes y que ve con desconfianza a los desnaturalizados como él. Para Sofiane, enfundarse la camiseta de su selección es más que un asunto cotidiano, es una de esas cosas que escapan a la razón, poseedor de un inmenso sentimiento de arraigo que le hace sentirse en la obligación de devolverle a su tierra todo aquello que buenamente haya podido cosechar fuera de sus fronteras. En un mundo, en ocasiones, tan cruel no dudó en apadrinar la causa de ALIF, una asociación musulmana que trata de rescatar de la muerte a los niños argelinos con Síndrome de Down, destinando parte de sus vacaciones en preocuparse por los asuntos del movimiento, solidificando el compromiso con sus orígenes a golpe de solidaridad.

Este pequeño buda ha ido transformándose en un saco de emociones desde el cual basar todo su juego y su personalidad. Celebra sus goles como si fueran el primero, retransmitiendo sobre el césped sus sensaciones a cada balón perdido o pase no logrado, a cada movimiento realizado con éxito o a cada despedida de Emery en un palco VIP. Basta con mirarle a la cara para saber si está o no está. Y últimamente, cuando viste de blanquinegro, nunca suele estar. La suya, nos remonta a una historia de insultos constantes. Ni siquiera cuando mejor rendimiento ofreció cosechó reconocimiento alguno y sí menosprecios con una gran carga de altanería. La crítica hacia Feghouli se alejó siempre de lo deportivo para entrar en lo personal.

Aún sin cautivar a la opinión publicada supo ganarse con trabajo el cielo de las gradas, que vieron en su intensidad y frescura al VCF deseado, al VCF luchador que derrumbaba gigantes usando como arma el mismo espíritu que Feghouli plasmaba en cada partido. Pero cometió el error de creer que el crédito ganado le bastaría para hacer 'la del jugador en año de mundial', inconsciente de que su legado era tan volátil como segura la ausencia de elogios hacia su juego en la prensa diaria. Al ritmo que su importancia en la selección ha ido aumentando su rendimiento en el club se ha resentido víctima de un vaivén de entrenadores sin rumbo y de un equipo desdibujado y sin orden, y eso en jugadores sin perdón, como lo es Sósó, se convierten en guillotinas que apuntan a la cabeza. Ese lento adelgazamiento del entorno profesional que lo arropó le ha ido apagando el rostro, aislándolo en el electrizante hip hop francés que le pone banda sonora a la París más callejera, conduciéndole sin carnet por una vía que le hará perder lo poco que le queda de todo aquello que se ganó con sacrificio en un Mestalla entregado a su causa.

Ese ambiente enterrado por la amortización, al que tan ligado y agradecido estaba, lo encuentra ahora en su selección, donde se siente importante y querido, donde se ha topado con un segundo padre en forma de seleccionador que le ha convertido en líder, en referente moral de un grupo famélico de glorias, mostrándonos al jugador más emocional, que llora con intensidad la clasificación para un mundial que le deja de regalo una nominación para el Balón de Oro africano. Un acontecimiento histórico en un país poco acostumbrado a las alegrías colectivas. Ese Feghouli fresco e intenso recorre el césped abrazándose a lágrima viva con todo el que se cruza para concienciarse de que el sueño de jugar una copa del mundo es real, formando ya un nuevo capítulo en la historia de un muchacho que empezó a pegarle patadas al balón en un barrio marginal, al que el mero hecho de escuchar el himno de su país le hace brotar lágrimas de los ojos porque le recuerda sus orígenes y le hace entender la importancia de las cimas conquistadas. Ese sentimiento de responsabilidad le lleva a priorizar una Copa de África y una clasificación mundialista, cayendo en el pecado en el que caen muchos jugadores ante un calendario repleto de citas de ese calado: Dejar en un segundo plano al club que le paga y le empuja a la internacionalidad. Sósó sólo es culpable de creer que tiene que dar la vida por una selección que siente ligada a su propio ser, de ser un corazón con patas sin suficiente materia gris.
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