10 d’oct. 2014

Una tarde con el SV Muslim


Lo primero que te encuentras al acceder al complejo deportivo Oskar Kessalu, en pleno centro de Hamburgo, es a una legión de jugadores amateurs tumbados en la explanada del párking, vestidos todos ellos con petos, pantalones cortos y las típicas calzas habituales de cualquier entrenamiento; rezan en dirección a La Meca como paso previo a chafar el terreno de juego y empezar a sudar. No muy lejos de allí, en una caseta de aluminio y cristal, como un esquimal bigotudo asomado a la ventana de su iglú, les observa como cada día Antonio Martins, un inmigrante portugués que se gana la vida con la jardinería y que además regenta el garito que acompaña al complejo multiusos. Lo hace tomando un café y echándole un ojo a la prensa del día. «Con esta gente no me haré rico; ni beben, ni fuman... sólo quieren té», bromea. Este luso de 51 años no tiene ningún prejuicio para con sus habituales inquilinos, y lo dice sincero. «Oyes muchas cosas sobre su religión, pero cuando los conoces te das cuenta que son como cualquiera de nosotros».

Mientras el rezo se transforma lentamente en un zumbido constante, como advirtiendo de la llegada de un panal de abejas atraídas por el ligero aroma a té recién hecho que embadurna la atmósfera, el observador contempla divertido una colección de zapatillas orilladas en un lateral, al tiempo que curiosea la serie de pies descalzos que suben y bajan alternándose en ese transcurrir del rito religioso con otros perfectamente ataviados con botas de fútbol. Ante dicha estampa es imposible no recordar aquellas palabras del presidente federal Christian Wulff - «el islam ya forma parte de la cultura alemana» - y que tanta polvareda levantaron. Muchos de los presentes son alemanes de nacimiento, y algunos otros fueron bautizados como cristianos aunque hayan acabado convirtiéndose por decisión propia a la fe del profeta Mahoma. Sí, Wulff tenía razón, el islam ya forma parte de Alemania, y también de su selección de fútbol campeona del mundo.

Mahmut Sariz, un adorable osezno de 29 años que ejerce de entrenador, grita algo - «Tenemos...» - que enseguida es devorado por el sonido de un tren pasando a su vera. El Oskar Kessalu está rodeado en ambos flancos, a un lado serpentea una vía ferroviaria y por el otro cruje una de las principales arterías de la ciudad, portando todo ello una macedonia de estridentes sonidos que invaden sin paliativos el recinto mientras el balón rueda irregular por un terreno de juego de tierra, polvo, y piedras. No se diferenciaría de ningún otro ambiente amateur si no fuera porque los 'pásala' o 'puerta' se convierten en un 'digga' o en algún 'inshallah'. «Somos musulmanes devotos, pero los debates religiosos los dejamos fuera», dice Sariz. Aunque los de fuera, desde que se fundó el Sport Verein Muslim (Club Deportivo Musulmán) en 2008, no han cejado en su empeño de incrustar esos debates en el seno de la asociación.

Sebastian Hamza, presidente del equipo, arrastra sacos de balones y alinea conos balanceándose de un lado para otro debido a su cojera, vieja secuela de una lesión de rodilla que le tiene apartado del fútbol; lo hace mientras el grupo atiende la arenga inicial del entrenador y se calzan para dirigirse al terreno de juego. Cuarenta y cinco minutos después, continuando la charla, dirá con rostro ajado y tono seco que «no queremos que se nos utilice para fomentar miedo o rechazo, ni que una visión superficial transmita una imagen equivocada de nosotros», tras esta especie de advertencia no volverá a decir nada en toda la tarde. El recelo del SVM nace tras protagonizar más de un encontronazo con la prensa local que les llevó a la determinación de elegir en votación colectiva si acceder a las peticiones de los medios de hacerles una visita, 'no todo el mundo es bienvenido aquí' te vienen a decir. Sariz, a modo de justificación, confiesa que los comentarios hirientes que leen en ciertos digitales los intentan llevar con filosofía. 'Hoy el SV Muslim, ¿mañana qué será, el Yihad 09 o el Borussia Salafista?' son los ilustrados exabruptos que salen de las zonas calientes de los tabloides.

Una vez se consigue romper el hielo se hace notar enseguida ese malestar que arrastra el que se siente señalado. Es un pesar que les acompaña desde sus inicios, cuando la federación local de fútbol les concedió una licencia provisional 'mientras emprendían investigaciones' que les facultara para obtener definitivamente el permiso y formar parte de pleno derecho de la liga. Incluso en un pequeño ejercicio de documentación se pueden encontrar referencias que advierten que los servicios de inteligencia les estuvieron vigilando durante un tiempo 'por precaución'. Esa especie de estigma en forma de duda les acompaña todavía ahora, seis años después de su irrupción en la vida social de la ciudad. En un arranque de sinceridad se les cae de forma lastimosa una confesión: «Si pasa cualquier cosa en el mundo en la que esté implicado un musulmán tengo que justificar mi fe, aquí, en Hamburgo, y eso me molesta, hace que me sienta raro. ¿Qué culpa tengo yo?».

Muchos clubes se negaron a votar en favor de su aceptación, algún que otro se niega a jugar contra ellos y no se presenta a los partidos, y algunos más les reciben como si se trataran de talibanes o terroristas. Así, no es de extrañar que en dichas circunstancias el SVM descendiera apenas tres años después de su creación. «Evitamos todos los duelos en el campo para no fomentar polémicas, no hacemos entradas, y si nos pegan no protestamos ni respondemos; por eso no paramos de ganar premios al Fair Play, y por eso descendimos; jugar contra nosotros es muy fácil» dice Sariz con cierto tono de resignación.

En el SV Muslim conviven 19 nacionalidades distintas y se mezclan suníes y chiíes con suma naturalidad, facciones del islam que llevan siglos matándose entre sí comparten camaradería tras un balón. Aunque los muchachos discrepan airosamente ante la etiqueta de club religioso. «Aquí puede venir a jugar quien quiera, judíos, ateos, musulmanes...sólo nos interesa el fútbol, aunque tenemos nuestras reglas». Sebastian, casi apartado, meditabundo en una esquina de la mesa, asiente, aunque no pronuncia palabra alguna. Entre los movimientos de su testa esconde su pasado. Es uno de los casos llamativos del equipo. Alemán tanto de nacimiento como de origen, criado en la fe protestante y en la cultura occidental, decidió en 2003 convertirse al islam y sustituir su germánico apellido de Hollatz por el muy islámico de Hamza.

Zambullirse en el fútbol amateur alemán es toparse con una torre de babel iluminada por un crisol de culturas; hay equipos de tendencia Skin, otros de pronunciado sesgo comunista; muchos fomentan la lucha contra la homofobia e incluso los hay exclusivos para homosexuales. Tampoco faltan los de corte neonazi. Cerca de allí está el Club Castelo, referencia para la comunidad italiana. Incluso los hay que reúnen gentes de lengua aramea y alguno más que integra a las comunidades de origen mesopotámico. Allá a lo lejos, en Berlín, se sostiene sobre su prestigio el Türkiemspor, luciendo orgulloso el reconocimiento a su labor por la integración de la comunidad turca en la sociedad alemana. Pero parece que el país de la cerveza es incapaz de tolerar a un club que se ha desmarcado de la política, del sexo y de la raza para poner la religión sobre la mesa. Y además, de forma pacifica.

Con el sol escondiéndose tras el horizonte una tenue luz artificial irrumpe en escena para iluminar el Oskar Kessalu y dejarnos ver el polvo en suspensión que levantan los bártulos arrastrados que han decorado el entrenamiento de hoy; al tiempo te recuerdan aquella primera semana de vida de la asociación, cuando se presentaron unos cuarenta candidatos de los cuales casi ninguno había jugado nunca al fútbol, perdiéndose durante la práctica en la inmensidad del terreno de juego. «Tuvimos que poner límites para poder venir a las pruebas» confiesan entre risas.

«Con el SV Muslim queríamos ofrecer una alternativa al creyente devoto. Nosotros lo somos, y por lo tanto también somos pudorosos. En el fútbol es común estar rodeado de alcohol y de cuerpos desnudos. Nuestra fe nos hace sentir incómodos ante esas cosas. Así que teníamos dos opciones, o quedarnos en casa de brazos cruzados o hacer algo para poder disfrutar del fútbol y de los amigos sin tener que sentirnos mal. No representamos al islam, solo queremos vivir mejor, sentirnos más cómodos con nuestra propia fe». El SVM supone ya un contramodelo para las entidades intrínsecamente étnicas. «Mi sueño es construir un club colorido, abierto, pero sujeto a nuestras normas morales» dice Sariz. Así que si tiene tentación de jugar con ellos debe saber que no importará su origen o religión; aunque no podrá beber cerveza ni pasearse desnudo por la caseta.

Una vez la oscuridad gobierna sobre nuestras cabezas, y aprovechando que sale vapor de agua por las rendijas de unos vestuarios que solo admiten a chavales en bañador, Antonio Martins baja la persiana de su iglú y se despide hasta mañana, no sin antes menear su bigote por última vez. «Son buenos chicos, se portan bien, pero es una lástima... no falta el día en el que no viene alguien a insultarles o a tirarles piedras». La violencia es una verdad oculta en el politizado fútbol teutón, encrudecida en los niveles más bajos con palizas y enfrentamientos continuados, con equipos, como el Red Star Leipzig, que acaban retirándose cansados de las hostilidades. Con todo ello, en pleno corazón de Hamburgo (la puerta del mundo), sobrevive un equipo de musulmanes que lucha por recuperar la categoría sin atreverse a hacer una entrada para no dar pábulo a polémicas que les verán siempre como los instigadores, endulzándole al visitante un relato que es más duro que aquello que se atreven a contar. Cerca de allí, en la salida, a modo de despedida, se ve una pintada mal borrada que deja leer todavía la palabra "asesinos" escrita en letras rojas. El único crimen de estos chavales es mirar a La Meca y juntarse una vez por semana para disfrutar del balón en buena compañía.
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