
Pero enterrarlo todo bajo un minuto desgraciado sería tan cruel como el propio golpe recibido, porque fuera de ese fatídico minuto, de esa jugada mal defendida y peor parida, se levanta la historia de esta militancia. En medio de la vorágine la Avenida de Suecia se volvió a llenar, el estadio volvió a rugir y durante 93 minutos nos volvimos a reencontrar con todo lo que habíamos olvidado. En este transcurso de remontadas e imposibles hemos visto que el equipo tiene épica, aunque la esconda; solo falta que alguien sepa sacársela para el día a día en lugar de reservarla para las grandes ocasiones. Puede que se haya perdido una final, pero se ha recuperado casi todo lo demás; porque las tragedias también unen, incluso más que los éxitos, y desde ella se puede construir mejor que desde la gloria. Solo falta saber, poder, y sobre todo, querer.
Los jugadores más jóvenes en estos sinsabores han adquirido experiencia de diez años, los más pánfilos han conocido el balcón de Mestalla y el rugir de las gradas que traen los buenos vientos; hasta los cuerpos castigados de los hinchas han experimentado que la grandeza nunca se acaba de perder por muy puta que se ponga la vida. Ahora estamos más solos que nunca, tan solos como hemos estado siempre, pero más unidos que antes. Cuando el alma te pide tirar la toalla y te sorprendes siendo animado por un tipo escondido en un barrio de una ciudad remota de Honduras entiendes que el VCF nunca estará muerto por mucho que lo maten. El futuro empieza aquí, con el cabezazo de M'Bia y las lagrimas de Mestalla.