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Con los brazos extendidos y alzando al cielo de Gales una bufanda roja Craig Bellamy mira a cámara con rostro de satisfacción, hace escasos minutos que el árbitro ha señalado el final del encuentro que oficializa el ascenso del Cardiff City a la Premier League. Es la instantánea que inmortaliza el éxito de una institución que un año antes se encaminaba hacia la bancarrota debido a sus monstruosas deudas. Bellamy, hijo de la ciudad, legitima la traición con ese simple gesto. Para Scott Thompson, del Keep Cardiff Blue (KCB), la escena resultó vergonzosa: «Viendo aquello por la televisión me di cuenta de que el Cardiff había muerto definitivamente». Nueve meses antes, en el primer partido que el equipo galés saltaba con su nueva piel al terreno de juego, el graderío recibía a los suyos entonando su grito de guerra: 'bluebirds, bluebirds'. Eran tiempos en los que la entidad había prohibido la manifestación de sus aficionados a las puertas del recinto para protestar por el cambio de colores, impuesto tras la llegada del nuevo propietario del club. Había nacido el movimiento para conservar la identidad histórica de la institución, y con ello, una silenciosa división entre los propios supporters.
En Ivor Davies – un pub cercano al estadio – Darren y Warren, padre e hijo, tienen que soportar miradas y lidiar con comentarios. Son los únicos entre esas cuatro paredes que lucen el dragón. El viejo acude al fútbol desde 1957, su hijo, nacido en 1974, no se ha perdido ningún encuentro en 30 años. Ambos, abrazan con orgullo el color impuesto por Vincent Tan. «Los tradicionalistas siempre tienen por lo que quejarse» espetan sin rubor. Ambos han conocido Ninian Park con menos de tres mil espectadores en las divisiones más bajas del fútbol inglés «entonces no vi a ninguno de estos por allí, prefieren ver al Cardiff en quinta división que verlo entre los mejores», afirman. La actitud de esta peculiar familia puede considerarse pragmática, aunque no deja de ser una posición sumisa ante la pérdida de identidad de la institución. Y no son los únicos que piensan así.
En el exterior, empiezan a verse niños luciendo el número 10 con la indumentaria impuesta, y en las gradas, atentos al encuentro que les devolverá a la Premier tras 50 años de ausencia, se vislumbran pequeños puntos colorados entre un océano azul. El magnate asiático se pasea por los alrededores mientras los curiosos piden hacerse fotos con él. Sólo han pasado doce meses desde su llegada y ya empieza a ser aceptado. Visto desde fuera, cualquiera puede darse cuenta de que en Cardiff todo el mundo está haciendo la transición. El autobús que transporta a los héroes por la ciudad inicia su diseño en cobalto para fundirse en un degradado con el rojo; mientras, las uniformadas calles visten la tradicional camiseta para ondear con la mano los símbolos de la nueva etapa. El caso galés ha abierto un debate en Reino Unido, los 'Supporters Trust' llevan años solicitando a las autoridades una modificación en la ley para evitar dichas situaciones: «El fútbol debe ser protegido como parte de la cultura británica, el gobierno debe salvar a las instituciones de sus dueños, pero no lo hacen porque consideran esto un negocio, debería existir una regulación». Se quejan. De momento, nadie quiere escucharles. Incluso The Football Association (The FA), que tiene la potestad para autorizar o denegar cambios de nombre, traslados de ciudad y modificaciones en emblemas y colores, hace la vista gorda, aceptando con una actitud funcionarial los caprichos de los dueños. «Nos sentimos indefensos ante estos monstruos», es el lamento que expresa una militancia que ha generado todo un fenómeno emergente en las islas, la de los clubes fundados por aficionados desencantados con las entidades tradicionales.
Para los militantes del KCB no ha sido un año fácil. Durante todo el curso han tenido que ver como las hinchadas visitantes mostraban pancartas haciendo mofa de la situación. '¿Esto es Wrexham? Creo que nos hemos equivocado de ciudad' se podía leer en algunas de ellas. Aunque lo más duro ha sido la indiferencia de su propio público ante la situación. Mike Roderick, uno de los cabecillas del KCB, sufrió un intento de agresión cuando los hooligans del Cardiff Soul Crew irrumpieron en la reunión que mantenían en las entrañas del estadio mientras trataban formas de lucha para la conservación de los colores históricos de la entidad. «Si hacéis que al Cardiff le pase algo seréis vistos como el enemigo» le dijeron. A pesar de que las preferencias por el azul son extensas, entre gran parte de los aficionados pesa más la dureza del escenario que estarían viviendo si Vincent Tan no hubiera aparecido para solventar los más de 100 millones de euros de deuda que llegó a acumular la institución. Así, el Keep Cardiff Blue apenas cuenta con apoyo local. Incluso en facebook sólo suman 1220 'me gusta' – a fecha que se escriben estas líneas –, siendo la mayoría de ellos provenientes de otros puntos del continente.
Pero Tim Hartley va más allá, siguiendo el ejemplo de sus vecinos de Swansea, este aficionado capitanea un fideicomiso que pretende adquirir un paquete de acciones que den fuerza y voz a los aficionados en la toma de decisiones. «Es mucho más que conservar una camiseta u elegir otra, se trata del cada vez más pronunciado desprecio al aficionado en el fútbol», afirma. Mientras el rebranding fue impuesto por el dueño sin consulta previa, para su estreno en la máxima categoría Tan ha pedido a los aficionados que elijan el color del pantalón que lucirán durante la 13/14. La consulta, que se podría tomar como una provocación, ha tenido cierto éxito entre una masa social que no hace demasiado consideraba irrelevante que le preguntaran.
Pero lejos de estar ante un caso aislado nos encontramos con un problema típicamente británico. La transformación en empresa para dar rienda suelta al filántropo victoriano nació en 1885, moldeando una mentalidad comercial en el fútbol de las islas hasta acostumbrar a sus aficionados a vivir este tipo de situaciones sin demasiados traumas. Aunque las formas están variando. Lejos del empresario local de fortuna han pasando al propietario extranjero que hace prestamos al 7% de interés a cuenta de las finanzas de la sociedad. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar una afición con tal de asegurar la supervivencia de su club? El caso del Cardiff City se presenta como un experimento sociológico bastante interesante. En estos casos se demuestra que la mayoría prefieren anteponer la viabilidad de su equipo por encima del rasgo identitario, contribuyendo, sin importarles, a la lenta degradación de la cultura futbolística a la que pertenecen.
Pero, ¿Estamos siendo los aficionados modernos demasiado tremendistas? El propio Cardiff City cambió su nombre y los colores de su equipación hace 90 años sin ningún tipo de trauma. ¿Sería posible hoy en día que el Newton Heath dejara de forma pacifica el amarillo para pasar a llamarse Manchester United y vestir de rojo? A lo largo de la historia casi todos los clubes que hoy consideramos tradicionales han cambiado su nombre, sus escudos y colores sin verse inmersos en ninguna guerra con sus aficionados. Probablemente ese hecho hoy no sería tolerado. Y no lo sería porque el grado de identificación va más allá de lo material gracias a la tradición. En los albores del fútbol este deporte era puro entretenimiento, sin demasiado arraigo entre las poblaciones que daban cobijo a los clubes. Con el tiempo, ha evolucionado hacia algo más profundo formando ya parte de nuestra memoria colectiva como sociedad, siendo parte de nuestra propia identidad como individuos.
Scott Thompson hace un año que no acude al estadio «para mí, el Cardiff desapareció el pasado verano», ahora rellena el hueco que le ha dejado el fútbol con el rugby. Para Tim Hartley y Mike Roderick algún día el City volverá a vestir el azul. Mientras, la ciudad vive en una dicotomía imposible entre los que anhelan recuperar una personalidad sustraída, anteponiendo la autenticidad aunque con ello tengan que jugar en la peor de las categorías existentes; y el sector sumiso, que con tal de asegurar la supervivencia de su club aceptan hasta asimilar la suplantación impuesta. Cardiff ya es una ciudad de pájaros azules y dragones rojos.
4 comentaris:
Ie Desme, el fitxatge de Ole Gunnar ha molat. Però si tens raó no està be vendre-li la teua ànima a ningú.
ara vorem com va en resultats. En Manchester va pasar algo paregut amb els glazzer, fundant el FC United y omplint les graderies de groc, i hui dia ningú se'n recorda de res i ja no es veu cap bufanda o samarreta grogra...
Lo de Ole Gunnar Solskjær al Molde ha estat històric, els amants del míte, i del futbol de fang i ànima, estem espectants per vore que tal va.
http://nordicfog.blogspot.com.es/.../tres-anos-increibles...
Sempre he pensat que el gran problema de Tan era el seu estilista, no ell
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