19 de set. 2013

El Swansea que salvaron dos amigos

El último gesto de una tediosa negociación fue lanzar un par de monedas a los pies de aquel australiano loco, una acción que plasmaba el desprecio generalizado hacia un personaje que amenazó con hundir en la miseria al Swansea. Era una habitación muy similar a la del modesto The Dragon Hotel en la que John Van Zweden pernoctó durante más de 30 años en vísperas de partido. Entre latas de cerveza y humo de tabaco un grupo de amigos depositaron las 25.001 libras que desposeían a Tony Petty de su título de propietario. Los cisnes, desde aquel momento, eran cosa de un par de amigos.

“Fuck you very much” responden David Morgan y Van Zweden cuando les preguntan si hoy venderían el Swansea City a un inversor. La entidad que adquirieron hace 11 años, rebanando hasta el último penique de sus cartillas de ahorro, se ha revalorizado alcanzando los 60 millones de libras, 2400 veces su valor de compra. Una suma considerable que podría hacer ricos a dos simples mortales. “¿Cómo vamos a vender algo que amamos y que nos ha costado tantos sacrificios? El Swansea es el dedo en el ojo de la capitalista Premier League y eso no hay dinero que lo pague”.

John y David tienen ese brillo especial en los ojos, el mismo que identifica a un niño abriendo su regalo de navidad, la misma mirada que ilumina el rostro de un pequeño entrando por primera vez al estadio de la mano de su padre. La Premier visitó País de Gales hace dos años, Swansea fue la primera ciudad galesa en competir en la mejor liga del mundo. Pero también es una tierra de pocos recursos, de marismas y recurrentes nieblas que cubren la urbe con demasiada frecuencia. Un espacio abrupto y cautivador definido por el poeta Dylan Thomas como 'encantador y repulsivo al mismo tiempo' en el que se esconde una increíble historia de amistad gestada hace 35 años.

Invierno de 1977

En el viejo Vetch Field, como tantas otras veces, David se preguntaba que hacía allí. Escapar de la fina lluvia era lo más emocionante de aquellas tardes de sábado contemplando partidos de la Fourth Division. Ella y un viejo programa de partido ejercían de evasores de dramas para aquel adolescente de 14 años. Sin ya nada que importara sobre el verde, ojeando un magullado y arrugado trozo de papel, intentaba poner fin antes de hora a un encuentro sin demasiada historia. 'Pen Pal Wanted'. En aquella cuartilla había un anuncio que le llamó la atención... un tipo de Holanda buscaba amigos por correspondencia. ¿Qué era aquel cisne negro en la camiseta de un equipo de fútbol? Preguntaba.

John Van Zweden nunca fue un estudiante brillante. Aunque siempre tuvo ideas geniales. Su bajo nivel de inglés amenazaban sus posibilidades de promocionar de curso, llevándole a buscar un nativo con el que cartearse para avanzar en su gramática, huyendo así del gasto que suponía un profesor particular con el que reforzar sus clases en La Haya. Morgan arrancó aquel anuncio, guardándoselo en la cartera, para aquella misma noche describir con furiosa precisión la enésima derrota del Swansea . “Tuve que hacerlo, aunque sólo fuera para explicar el significado del cisne” confiesa reclamado por la fama del momento. Apenas bastaron dos años de misivas para arrastrar a Van Zweden a la ciudad, presentándose con un destartalado Opel color naranja. “El coche más feo que he visto en mi vida” recuerda Morgan.

Los focos del viejo recinto emitían una luz amarillenta en contraste con el ocaso rojizo de la atmósfera, en las calles que rodeaban aquel estadio retumbaban cánticos abrumadores, pubs humeantes salían al paso de una especie de comitiva rumbo a las puertas del Vetch Field. Con la brisa del mar atormentando su ser, el holandés con problemas de inglés, acabó maldiciendo no haber nacido en aquel rincón del mundo.

Tras aquella iniciática visita viajaría semanalmente durante décadas hasta acabar convertido en un inquebrantable supporter, adquiriendo lentamente las inconfundibles pintas de hooligan borracho a punto de ser juzgado por un tribunal de orden público. Su refugio en el modesto The Dragon sería el lugar perfecto en el que construir su historia, donde ahogar penas en alcohol y vivir momentos de euforia colectiva con desatada pasión. Entre el ambiente del Vetch Field y las sábanas de una habitación polvorienta se gestaría a fuego lento la edad de oro de un club en decadencia.

Invierno de 2002

Los ánimos en la ciudad pintaban de gris depresión las entrañas de sus gentes. Aquel australiano esperpéntico que había llegado nadie sabía cómo seguía haciendo de las suyas. Los despidos de jugadores de forma despótica era su intento de arengar a una plantilla descabezada, abandonada frente al desastre y ya sin rumbo. Las noticias de impuestos impagados copaban los titulares de una prensa local que sólo restaba espacio al rugby para airear situaciones funestas del equipo de fútbol. Todo aquello junto, con el farolillo rojo en la League Two cosechado aquel fin de semana, amenazaba ruina.

Sentados en aquel tugurio, los murmullos que se escuchaban de fondo ponían banda sonora a las discusiones en torno a una mesa repleta de botellines y malos humos. Cinco amigos frustrados, cansados de la situación, no veían ante aquellas circunstancias solución alguna a una entidad ya de por sí poco atractiva. “Yo podría juntar hasta 50 mil libras” dijo Van Zweden. Fue un comentario suelto, un pensamiento en alto como intento de calmarse en mitad de aquel llorar las penas entre amigos y cervezas. “Yo puedo juntar 20 mil libras con un poco de suerte” le acompaño Morgan. Las miradas empezaron a cruzarse, las ideas a brollar sin control contagiando a todo el pub, tras el cual, llegaría una ciudad entera.

De repente las derrotas dejaron de verse como clavos asegurando la tapa del ataúd transformándose en autopistas hacia la libertad. Aquellos dos locos que empezaron a cartearse en su adolescencia habían parido un Supporters' Trust tras una melancólica conversación en la mesa de un bar, pasando por una arenga en las puertas del estadio transcrita en un par de fanzines, implicando por reacción a una masa social que acabó evitando una desaparición inminente. Fueron las bases las que recaudaron las 300 mil libras necesarias para pasar de rojo a negro la deuda con el fisco, un triunfo de tal magnitud que obligó al infausto Tony Petty a sentarse en una habitación de hotel para escuchar aquella oferta.

Un equipo de pueblo

Hace tres décadas y media el Swansea era víctima de su propio anonimato, una aguja en un pajar tan perdido que sólo un loco podría fijarse en él. “Pensé que cuanto más pequeño fuera el club más posibilidades tendría de encontrar respuesta, de que se alegraran de que alguien quisiera ser su amigo” dice un Van Zweden que más que mejorar su inglés aprovechó aquel anuncio para dar rienda suelta a su pasión por el fútbol. Hoy en día ambos rozan los cincuenta años. El rubio holandés en su pequeño negocio de alquiler y venta de coches viste a sus empleados con el cisne bordado junto al logo de la empresa. Incluso en el almacén esconde un pequeño museo del Swansea, atesorando un ejemplar del primer programa que se editó hace un siglo, comprado por 1000 libras a un librero quejoso.

Aquella pareja de amigos que se veían en la cantina del The Dragon para iniciar su pequeña caminata al estadio, vestidos con camisetas y vaqueros desgarrados por ilusiones y entusiasmos, han dejado la vestimenta casual para entrar en el moderno Liberty Stadium ataviados con trajes y corbatas manchados por responsabilidad y nervios al sustituir el viejo fondo por la comodidad de la tribuna. Es el precio que han tenido que pagar por vaciar sus cuentas corrientes y hacer frente al problema que amenazó al club con llevárselo por delante. Morgan y Van Zweden controlan un pequeño paquete accionarial, repartido a partes iguales entre otros tres amigos, el 24% restante, queda en manos del Supporters' Trust, agrupándose tras él todas las sensibilidades sociales que despierta la entidad.

Hoy en día los cisnes son una institución revitalizada, sumergida en el mejor momento de su historia, cimentado en aquella salvación milagrosa de 2002 que se presenta ya como el trampolín desde el cual han alcanzado las alturas con las que han conquistado el primer gran título – más allá de las copas de Gales – en cien años. En todo este tiempo muchas cosas cambiaron en Swansea. El viejo Vetch Field es ahora un bloque de apartamentos, el polvoriento y mugriento The Dragon se transformó hace tres años en un hotel de cuatro estrellas, pero a pesar de todo, el club, sigue ahí, fiel a su autenticidad, con el despacho del manager en el mismo agujero de cuatro metros cuadrados situado en el sótano de un gimnasio, donde Bob Martínez y Brendan Rodgers moldearon sus equipos clavando a la entidad en el mapa del fútbol mundial.

Son los síntomas inequívocos del presupuesto más bajo de la categoría, algo de lo que gusta presumir a su accionariado popular. “La bufanda de cachemir que usa Mancini vale más de lo que cobran al mes la mayoría de nuestros jugadores”, espetan sin rubor. A pesar de sus limitaciones el Swansea es el equipo que mejor trabaja y mejor juega sus bazas. “Fichamos lo que hace falta, nada más, si nos falta un lateral, fichamos un lateral, no un delantero pensando en cuánto valdrá mañana o si pasado se irá de precio y no podremos contratarlo”. Los chicos de Laudrup sumaron el pasado curso 500 pases más por partido que el Arsenal, vinculando para siempre el sobrenombre de Swanselona al del equipo gracias a un reportaje de la revista FourFourTwo en el que se mostró a Leon Britton junto a Xavi bajo el titular “uno de ellos es el mejor pasador de Europa”.

“Tocamos el violín toda la semana hasta que encontramos una nota que suene bien” dice Morgan entre risas, “en realidad no sabemos cómo hemos hecho que esto funcione”. El Swansea se presenta como un insulto a la cara de los grandes clubes y sus exageradas inversiones. Salta a la vista cuando se pretende conocerlos de cerca. De jueves a domingo John Van Zweden se pasea por el campo de entrenamiento ataviado con su inseparable chándal, pintando las vallas, tendiendo la ropa de entrenamiento o dirigiendo con los pocos empleados que tiene el club los trabajos más rudimentarios. “No quiero ser millonario, sólo quiero dirigir el Swansea junto a mis amigos de toda la vida, que es lo que hemos soñado todos desde pequeños. Rescatamos al club de la mierda y lo hemos puesto entre los mejores, todo este trabajo se iría al garete si mañana lo vendemos al primero que venga con la billetera” responde el holandés cuando le insisten con la posibilidad de vender el club.

Los cisnes salen al campo reuniendo un pequeño grupo de héroes locales para competir entre millonarias estrellas, un agujero en el sótano de un gimnasio público lucha contra lujosos despachos y legiones de secretarias, un vendedor de coches de segunda mano se cruza por los palcos con Mansour... es la fábula de David contra Goliat llevada a un terreno de juego. “Esto no tiene precio, voy a estar dirigiendo el Swansea hasta que me muera” sentencia Van Zweden. Los cisnes ya son el orgullo del fútbol moderno.

4 comentaris:

Anònim ha dit...

Bonita historia.

Por cierto, ¿por qué ya no escribes tanto en valenciano?

THB ha dit...

Por un par de sencillas razones:

1º Cansa que no paren de decirte "si escribieras en castellano te leerían 10 mil millones de personas más", estoy experimentando si eso es cierto..

2º Cada vez más gente de otras partes del mundo me piden que escriba en castellano porque les gusta el tema y quieren enterarse bien sin tirar de traductores y temas raros.

Ja vorem com acabem...

Anònim ha dit...

Doncs ara els d'ací et direm que ets un traïdor jajaja

Que bona es la gent i com es preocupa per que els companys que parlen castellà puguen llegir els textos. Deuries d'aprendre àrab també.

Sort en el teu experiment. ;)

Anònim ha dit...

Odio eterno al fútbol moderno

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