8 d’abr. 2014

Aimar se refugia en Malasia


Es costumbre en días de pago que un funcionario, tras su mesa de madera, deposite en mano de los jugadores del Johor, ávidos a la hora de reclamar su salario, la ficha que les corresponde. Una típica estampa asiática encerrada entre paredes cochambrosas, con un escritorio renqueante repleto de sobres rebosantes de billetes custodiados por un empleado sudoroso, armado con un ventilador y una lista de nombres esperando una firma para justificar que el susodicho ha recibido su sustento. Son las inconfundibles formas del hacer malasio, un fútbol que rebosa amateurismo por sus cuatro costados y que hasta hace un año y medio no permitía la alineación de futbolistas extranjeros en sus filas. No es de extrañar en dicho marco que el aterrizaje de Pablo Aimar en Malasia sacara a los aficionados a las calles en recibimiento de la primera estrella extranjera en chafar sus campos de fútbol. A las puertas del Hassan Yunos Stadium se suelen concentrar todos los días numerosos grupos de jóvenes esperando la salida del mediapunta sudamericano para reclamarle una sonrisa o poder hacerle una foto desde la distancia; casi nunca con suerte, pues Aimar, a sus 34 años, sigue tan escurridizo al elogio como siempre.

A él nunca se le ve por la calurosa habitación de los pagos. Encajar 2,5 millones de dolares en un sobre es tarea tan hercúlea que la entidad solo abraza la modernidad para complacer la ficha del argentino haciendo uso de la correspondiente transferencia bancaria. El Johor – JDT son sus maravillosas siglas – cuenta con el respaldo de la familia real y es conocido en el país como el Manchester City autóctono; un club sacado de la miseria con el propósito de dominar el campeonato local y conquistar Asia después. Aimar eligió desaparecer cuando Argentina entera le acosaba para que regresara a River Plate; y justo cuando todos se convencieron de que así sería, el 'Payaso', en un acto de escapismo sin precedentes, sorprendió cogiendo la maleta rumbo al exotismo. Aunque el otro pibe inmortal no está solo en su aventura. Es habitual verle pelotear o charlar – haciendo tiempo mientras sus compañeros rezan y leen el Corán – con César Ferrando, entrenador del equipo y culpable de arrastrarle hasta los confines del mundo. A pesar del caer del tiempo en su rostro sigue anclado ese aire frágil de niño angelical que dudaba entre dejar el fútbol para acabar la carrera universitaria o dejarla a ella para centrarse en el balompié; el mismo que llegó a decirle a Pékerman que él no era tan bueno como para merecer ir a la selección. Aimar siempre se cuidó en lucir un perfil bajo, mostrando un toque desconfiado y también tímido; nunca creyó en el elogio ni en la adulación.

Sobre el alto y seco césped de los campos locales, decorados con sus socavones y arenales, el argentino sigue demostrando que atesora intacta la magia que le hizo ser uno de los mejores de su generación. Él solo es capaz de ganar partidos con destellos, aprovechando el caos táctico y la risa de un fútbol que en ocasiones cuesta distinguirlo de un número cómico. Quienes le han visto jugar en el Johor hablan de escenas surrealistas, de pases de Aimar al hueco que sus destinatarios nunca son capaces de receptar; de compañeros intentando entregarle un balón que nunca llega a destino; de legiones de rivales apelotonados intentando robarle sin sin éxito el esférico o de faltas que se cuelan en la portería porque la barrera se abre, o el portero, a pesar de lanzarse al aire, es incapaz de moverse del sitio. Con todas las bondades que le ofrece el campeonato asiático sigue sin poder disfrutar en plenitud por culpa de su físico, condenado como está por las condiciones ambientales a ser sustituido al minuto 60, rara vez se le ve acabar un encuentro. En ese instante es cuando el JDT pasa de dominador a dominado, empatando o perdiendo encuentros encarrilados para desviarse del objetivo de ganar el título. Los días en la élite pertenecen ya a sus memorias, las que nos dejan el interrogante de si pudo haber sido más de lo que fue; o si en realidad no fue más porque no quiso serlo. En su interior escondió siempre un crack que se resistió a mostrar, hundido por un rendimiento inconstante y perseguido por debilidades anímicas que nunca le dejaron tranquilo. Todo en Aimar fue sufrimiento íntimo.

Castigado hasta el límite por años de carrera y éxito en los mejores campeonatos de Europa y América sufre ahora mucho más. Tuvo el talento para serlo todo, pero le traicionó su propio cuerpo, y él, tampoco supo imprimirle la imprescindible determinación; o tal vez es que nunca quiso imprimírsela sabedor de contar con una cadera transformada en un sinvivir, con una espalda convertida en una tabla de torturas y unas piernas que a duras penas aguantaban dos partidos sin atormentarle el alma. Su versión desafiante y atrevida apenas se dejó ver en un contado número de ocasiones, extraviándose en innumerables dolores y horas de rehabilitación; arrastrado por una biomecánica que le castiga la estructura muscular hasta por sus andares. Aimar pasó su carrera golpeando la puerta sin llegar a tirarla abajo; viviendo a contracorriente de casi todas las tendencias, quedando como un incomprendido donde se escondía un chico que sufría desde el amanecer. Y sigue sin cambiar nada, «No disfruto mucho jugando. En Malasia es difícil de jugar» se sinceró al The New Paper malayo el pasado mes de enero. Soporta campos pesados y temperaturas tropicales con 34 años de edad y 15 de carrera.

El campeonato local siempre estuvo en el punto de mira de la comunidad internacional por las apuestas y amaños de partidos. Entre sus calles y recovecos se esconde el germen que ha llegado a infectar buena parte de Europa, dejando procesos abiertos en Alemania, Portugal e Italia y en casi todo el este europeo. Johor es la ciudad con mayor tasa de criminalidad de un país que deja estadios con arquitectura colonial, a modo de un viejo reflejo del fútbol de los años 30 europeo, y buenas entradas, con audiencias de 17 mil y 34 mil espectadores por encuentro para una nación sin tradición futbolística. Bohemio, como siempre fue, Aimar vive sus últimos días rodeado de belleza y tranquilidad, su pésimo dominio del inglés le impide relacionarse con sus compañeros; aunque no le haría falta recluido como se recluye con su masajista en sesiones maratonianas, obligado a entrenarse lo justo para mantener el tono físico y no cargar su cuerpo de dolores innecesarios. Puede que cuando se retire se quede allí, escondido del mundo para disfrutar del anonimato. Porque la historia de Pablito es una historia de contradicciones. Un tipo que no quiso ser futbolista y que lo fue a pesar de contar con unas limitaciones físicas que le lastraron siempre, pero que a pesar de ello, lo ganó todo en River, VCF y Benfica siendo estrella; una estrella torturada por su propio cuerpo sobreviviendo a base de talento y fogonazos estelares. A pesar de los condicionantes de su nueva aventura, su fútbol sigue luciendo tan bueno como el que se ve en cualquier punto de Europa todos los fines de semana. Todavía queda algo del pibe de lo que poder disfrutar, aunque para ello haya que alquilarle un satélite a la NASA para verle corretear como si no hubieran pasado los años. Aimar se refugia en Malasia para huir de lo que llegó a ser, agigantando el mérito que tiene un tipo que triunfó a pesar de todo.

4 comentaris:

Anònim ha dit...

Recuerdo en plenas vacaciones de Pascua en un pueblecito perdido de Jaén salir a celebrar por los bares el increíble gol de Pablito contra Las Palmas en el Insular... Grande!

Anònim ha dit...

Recuerdo verlo una vez en Mestalla ( yo estaba cerca del campo) y pensar "no anda ni corre, se desliza sutilmente!". Me quedo con los buenos recuerdos de Pablito.

THB ha dit...

Pablito fue muy grande, aunque le costara a veces rendir por culpa de la cadera. se le daban bien las islas... aquel gol al Tenerife fue media liga... ^^

Anònim ha dit...

Aimar siempre tuvo problemas. De pequeño le venía la ropa gigante, los pantalones cortos por los tobillos. Un enclenque desnutrido. Aquí no tuvo suerte, le hinchaban a patadas, se enfrentaba a equipos encerrados y bien juntitos. Tácticamente muy buenos. En esta época hubiera lucido más con la tontería esta del tiki-taka que solo deja equipos kilométricos y distancias.

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